¿Qué es el oficio de orfebre?

Los Quimbaya: Maestros del Oro Colombiano

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En el corazón verde y montañoso de Colombia floreció una civilización cuyo nombre resuena con el brillo del metal más preciado: los Quimbaya. Conocidos principalmente por su increíble habilidad en el trabajo del oro, estos antiguos habitantes no solo dominaron la orfebrería, sino que también desarrollaron una sociedad compleja con profundas creencias y un profundo respeto por la naturaleza que los rodeaba.

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Ubicados en la región central de lo que hoy es Colombia, particularmente en el Eje Cafetero, los Quimbaya ocuparon valles fértiles y laderas suaves, un entorno ideal que les permitió desarrollar una agricultura próspera. Esta base agrícola sólida fue fundamental, ya que les proporcionó los recursos y el tiempo necesarios para perfeccionar sus artes, especialmente aquella que los haría eternos: la orfebrería.

Índice de Contenido

El Apogeo de la Orfebrería Quimbaya

La destreza de los Quimbaya con el oro es, sin duda, su característica más distintiva y la razón por la que su legado es tan celebrado hoy en día. Sus piezas no son meros adornos; son expresiones de una cosmovisión, objetos rituales y símbolos de estatus. La calidad técnica y la belleza estética de su trabajo en oro son simplemente asombrosas, consideradas por muchos como la cumbre del arte precolombino en metalurgia.

Utilizaban principalmente oro de alta pureza, a menudo mezclado con cobre para crear una aleación conocida como tumbaga. Esta mezcla les permitía obtener diferentes tonalidades y durezas, facilitando el trabajo detallado y complejo. La tumbaga, además, reducía el punto de fusión del metal, lo cual era ventajoso para sus técnicas de fundición.

Técnicas Maestras del Oro

Los orfebres Quimbaya dominaron una variedad de técnicas que demuestran un conocimiento profundo de la metalurgia. Entre las más destacadas se encuentran:

  • Fundición a la Cera Perdida (Cera Perdida): Esta fue quizás su técnica más avanzada y la que les permitió crear objetos tridimensionales complejos y huecos. Consistía en modelar la pieza en cera, recubrirla con arcilla, calentar el molde para derretir la cera (de ahí 'cera perdida'), y luego verter el metal fundido en el hueco resultante. Una vez enfriado, se rompía el molde para revelar la pieza de metal.
  • Martillado y Repujado: Trabajaban láminas de oro puro o de tumbaga, dándoles forma a golpes de martillo y creando diseños en relieve desde el reverso (repujado).
  • Filigrana: Aunque menos común que en otras culturas vecinas, también aplicaron hilos finos de metal para crear detalles intrincados.
  • Granulación: Soldaban pequeñas esferas de oro a una superficie para crear texturas y patrones.
  • Pulido: Finalizaban sus piezas con un pulido meticuloso que les daba un brillo espectacular.

La combinación de estas técnicas les permitía crear una vasta gama de objetos, desde pequeñas figuras antropomorfas y zoomorfas (humanas y animales) hasta pectorales, narigueras, orejeras, collares y, quizás el más icónico de todos, el Poporo Quimbaya.

El Significado Detrás del Brillo: Simbolismo y Creencias

Las piezas de oro Quimbaya no eran solo objetos de adorno; estaban cargadas de simbolismo y ligadas a sus creencias religiosas y prácticas rituales. La información proporcionada señala que adoraban al sol y la luna, y creían en la vida después de la muerte. Estos elementos se reflejan en su arte.

Muchas figuras representan seres híbridos, combinando rasgos humanos con los de animales como aves, felinos o reptiles. Estas representaciones probablemente aluden a chamanes en estados de transformación o a espíritus ancestrales, conectando el mundo terrenal con el espiritual. El uso del oro mismo tenía un significado profundo; su brillo y permanencia lo asociaban con el sol, la divinidad y la inmortalidad.

El Poporo Quimbaya, un recipiente para cal (utilizada en la masticación de hojas de coca, una práctica ritual), es un ejemplo supremo de cómo la forma y la función se unían al simbolismo. Su elegante diseño, a menudo con formas antropomorfas, lo convierte en una obra maestra que trasciende su uso práctico para convertirse en un objeto de poder y conexión espiritual.

La creencia en la vida después de la muerte se evidencia en el hecho de que muchas de estas elaboradas piezas de oro han sido encontradas en tumbas, acompañando a los difuntos en su viaje al más allá. Esto subraya la importancia del oro no solo como riqueza terrenal, sino como un elemento esencial para la transición espiritual.

Más Allá del Oro: Agricultura y Sociedad

Aunque la orfebrería acapara la atención, es crucial recordar que los Quimbaya eran una sociedad agrícola eficiente. Cultivaban maíz, yuca, aguacate y otras plantas, lo que les permitía mantener una población relativamente densa y especializada. Esta especialización incluía a los orfebres, quienes podían dedicar su tiempo a perfeccionar su arte sin tener que preocuparse por la subsistencia básica.

Su organización social probablemente estaba basada en cacicazgos, con líderes que ostentaban poder político y religioso, a menudo representados con elaborados ornamentos de oro que simbolizaban su autoridad y conexión con lo divino.

Legado y Preservación

El legado de la civilización Quimbaya es invaluable y constituye una parte fundamental del patrimonio cultural de Colombia. Aunque la civilización como tal declinó tras la llegada de los españoles, sus obras maestras sobrevivieron, enterradas o atesoradas.

Hoy en día, estas piezas son el orgullo de museos en todo el mundo, siendo el Museo del Oro en Bogotá, Colombia, el que alberga la colección más grande y espectacular. Ver estas piezas en persona permite apreciar realmente la increíble habilidad, la visión artística y la profundidad espiritual de un pueblo que dominó el arte de transformar el metal solar en formas eternas.

La civilización Quimbaya nos recuerda la riqueza y complejidad de las sociedades precolombinas y la capacidad humana para crear belleza y significado a partir de los recursos de la tierra.

Preguntas Frecuentes sobre los Quimbaya

Aquí respondemos algunas preguntas comunes sobre esta fascinante cultura:

¿Dónde se ubicaba la civilización Quimbaya?

Los Quimbaya se asentaron en la región central de Colombia, principalmente en el área que hoy conocemos como el Eje Cafetero, abarcando partes de los departamentos de Quindío, Caldas y Risaralda.

¿Por qué son más conocidos los Quimbaya?

Son mundialmente famosos por su excepcional orfebrería en oro y tumbaga, considerada una de las más sofisticadas y estéticamente impresionantes de las culturas precolombinas.

¿Qué tipo de objetos de oro creaban?

Creaban una amplia variedad de objetos, incluyendo figuras antropomorfas y zoomorfas, poporos, pectorales, narigueras, orejeras, collares y otros adornos personales y rituales.

¿Qué simbolizaba el oro para los Quimbaya?

El oro no era solo riqueza material; estaba asociado con el sol, la divinidad, la inmortalidad y la conexión con el mundo espiritual y los ancestros.

¿Dónde se pueden ver piezas de arte Quimbaya?

La colección más importante se encuentra en el Museo del Oro en Bogotá, Colombia. También hay piezas exhibidas en otros museos importantes alrededor del mundo.

¿Qué otras actividades importantes realizaban además de la orfebrería?

Eran agricultores expertos, cultivando alimentos como maíz y yuca, lo que les proporcionaba la base económica para sostener a sus artesanos especializados.

¿Creían los Quimbaya en la vida después de la muerte?

Sí, la evidencia encontrada en sus tumbas, donde depositaban elaboradas piezas de oro, sugiere una fuerte creencia en la vida después de la muerte y en la necesidad de equipar al difunto para su viaje.

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Alberto Calatrava

Nací en la Ciudad de Buenos Aires en 1956, en un entorno donde el arte y la artesanía se entrelazaban con la vida cotidiana. Mi viaje en la platería comenzó en el taller de Don Edgard Michaelsen, un maestro que me introdujo en las técnicas ancestrales de la platería hispanoamericana, herederas de siglos de tradición colonial. Allí, entre martillos y limaduras de plata, descubrí que el metal no era solo un material, sino un lenguaje capaz de expresar historias, culturas y emociones. Complemé mi formación como discípulo del maestro orfebre Emilio Patarca y del escultor Walter Gavito, quien me enseñó a ver la anatomía de las formas a través del dibujo y la escultura. Esta fusión entre orfebrería y escultura definió mi estilo: una búsqueda constante por capturar la esencia viva de la naturaleza en piezas funcionales, como sahumadores, mates o empuñaduras de bastones, donde animales como teros, mulitas o ciervos se convertían en protagonistas metálicos.Mis obras, forjadas en plata 925 y oro de 18 quilates, no solo habitan en colecciones privadas, sino que también forman parte del patrimonio del Museo Nacional de Arte Decorativo de Buenos Aires. Cada pieza nace de un proceso meticuloso: primero, estudiar las proporciones y movimientos del animal elegido; luego, modelar sus partes por separado —patas, cabeza, tronco— y finalmente unirlas mediante soldaduras invisibles, como si el metal respirara. Esta técnica, que combina precisión técnica y sensibilidad artística, me llevó a exponer en espacios emblemáticos como el Palais de Glace, el Museo Histórico del Norte en Salta y hasta en Miami, donde el arte argentino dialogó con coleccionistas internacionales.En 2002, decidí abrir las puertas de mi taller para enseñar este oficio, no como un mero conjunto de técnicas, sino como un legado cultural. Impartí seminarios en Potosí, Bolivia, y en Catamarca, donde colaboré con el Ministerio de Educación para formar a nuevos maestros plateros, asegurando que la tradición no se perdiera en la era industrial. Sin embargo, mi camino dio un giro inesperado al explorar el poder terapéutico del sonido. Inspirado por prácticas ancestrales del Himalaya, comencé a fabricar cuencos tibetanos y gongs usando una aleación de cobre y zinc, forjándolos a martillo con la misma dedicación que mis piezas de platería. Cada golpe, realizado con intención meditativa, no solo moldea el metal, sino que activa vibraciones capaces de inducir estados de calma profunda, una conexión entre el arte manual y la sanación espiritual.Hoy, desde mi taller Buda Orfebre, fusiono dos mundos: el de la platería criolla, arraigada en la identidad gaucha, y el de los instrumentos sonoros, que resonan como puentes hacia lo intangible. Creo que el arte no debe limitarse a lo estético; debe ser un vehículo para transformar, ya sea a través de un sahumador que evoca la Pampa o de un cuenco cuyas ondas acarician el alma. Mi vida, como mis obras, es un testimonio de que las manos, guiadas por pasión y conciencia, pueden convertir el metal en poesía y el sonido en medicina.

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