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El Tesoro Dorado de Colombia en Bogotá

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El oro, a lo largo de la historia de la humanidad, ha ejercido una fascinación inigualable. Símbolo de poder, estatus y divinidad, su brillo perdurable ha cautivado a culturas en todo el mundo. En Colombia, esta relación con el metal dorado alcanzó niveles extraordinarios en las épocas precolombinas. El legado de esta profunda conexión se preserva y exhibe magistralmente en el Museo del Oro de Bogotá, considerado no solo uno de los museos más importantes del país, sino el custodio de la colección más vasta de objetos de oro precolombinos a nivel global. Al caminar por sus salas, la pregunta surge inevitablemente: entre miles de piezas deslumbrantes, ¿cuál es la más importante?

Ubicado en el corazón de Bogotá, la capital colombiana, el Museo del Oro abrió sus puertas en 1939, bajo la iniciativa del Banco Central de Colombia. Desde entonces, ha crecido para albergar una colección que es testimonio de la increíble riqueza y sofisticación de las sociedades que habitaron estas tierras antes de la llegada de los españoles. Aunque los conquistadores saquearon y fundieron gran parte del oro que encontraron, las 34.000 piezas de oro puro, junto a objetos de madera, cerámica, tejidos y piedra que componen la colección del museo, ofrecen una ventana invaluable a un pasado opulento que, milagrosamente, sobrevivió.

¿Cuál es la pieza más importante del Museo del Oro?
La Balsa Muisca es una de las piezas de oro más apreciadas del museo.

La significación del oro para estas culturas iba mucho más allá de su valor material. Su color, que evoca los vitales rayos del sol, lo convertía en un elemento sagrado, vinculado a la vida y a la adoración. Esta profunda conexión se explora a lo largo de las cuatro salas de exposición principales del museo, cuidadosamente diseñadas para guiar al visitante a través de distintos aspectos del trabajo y el simbolismo de los metales en la Colombia prehispánica.

Índice de Contenido

Un Viaje por las Salas: Entendiendo el Oro Precolombino

La experiencia en el Museo del Oro se estructura en un recorrido temático que ilumina el universo del oro y otros metales. La primera sala, dedicada al Trabajo de los Metales, desvela los secretos de las antiguas técnicas metalúrgicas: cómo los artesanos precolombinos extraían el metal de la tierra, lo fundían, lo aleaban (como el tumbaga, una mezcla de oro y cobre) y le daban forma mediante martillado, fundición a la cera perdida y otras complejas técnicas. Comprender el proceso artesanal añade una capa de asombro ante la perfección y detalle de las piezas terminadas.

La sala La Gente y el Oro en la Colombia Prehispánica explora el uso social y político de los metales. Aquí se comprende cómo el oro y los objetos metálicos no solo eran adornos, sino poderosos símbolos de estatus, autoridad y afiliación social. Se exhiben pectorales, narigueras, orejeras y otros ornamentos que distinguían a caciques, sacerdotes y miembros de la élite, y que eran utilizados en ceremonias y rituales para afirmar su poder y conexión con lo sagrado.

La galería Cosmología y Simbolismo profundiza en la dimensión espiritual. Explora cómo los metales y las figuras creadas con ellos estaban imbuidos de significados mitológicos y chamánicos. Es en esta sala donde se encuentran algunas de las representaciones más fascinantes, como figuras de aves que simbolizan los viajes trascendentes que los chamanes, a menudo bajo los efectos de plantas sagradas, realizaban para conectar el mundo terrenal con el espiritual. El oro, con su brillo solar, era el medio perfecto para representar esta conexión divina.

Finalmente, la sala La Ofrenda culmina el recorrido sumergiendo al visitante en la atmósfera de las antiguas ceremonias, particularmente aquellas relacionadas con los lagos sagrados y las ofrendas. Esta sala, a menudo en un espacio oscuro e íntimo, utiliza efectos de luz y sonido para recrear la experiencia ritual. Y es precisamente en este contexto donde se encuentra una de las piezas más emblemáticas y, para muchos, la más importante del museo: la Balsa Muisca.

La Balsa Muisca: El Corazón del Museo y la Leyenda de El Dorado

Si bien es difícil designar una única pieza como "la más importante" en una colección tan vasta y rica, La Balsa Muisca es, sin duda, una de las más apreciadas, destacadas y simbólicas del Museo del Oro. Su valor no reside solo en su belleza o en la maestría técnica de su elaboración, sino en su profunda conexión con una de las leyendas más famosas y buscadas de la historia: la leyenda de El Dorado.

Esta pequeña pero poderosa figura, de apenas 10 pulgadas (unos 25 cm) de largo, fue descubierta en 1886 en una cueva en el municipio de Pasca, Cundinamarca. Se estima que data de entre los años 1200 y 1500 a.C. (según la información proporcionada, aunque tradicionalmente se data más cerca del periodo Muisca tardío, c. 1400-1500 d.C.). La pieza representa una balsa plana sobre la cual se encuentra un personaje principal, identificado como un cacique o jefe, rodeado de figuras más pequeñas que corresponden a sacerdotes y remeros. Es una representación vívida de una ceremonia fundamental en la cosmovisión Muisca.

La imagen que representa la Balsa Muisca evoca directamente el ritual central de la leyenda de El Dorado. Según el relato, al asumir el mando, un nuevo cacique Muisca se dirigía al centro del lago sagrado de Guatavita en una balsa, acompañado por los miembros más importantes de la comunidad. Allí, como ofrenda a un dios que se creía habitaba bajo el agua, arrojaban oro y objetos preciosos al lago. Además, la leyenda cuenta que el propio cacique se cubría el cuerpo con polvo de oro y se sumergía en las aguas sagradas, emergiendo como un ser resplandeciente, el hombre dorado o "El Dorado".

La Balsa Muisca, por lo tanto, no es solo una obra de arte excepcional; es la materialización de un mito que impulsó a exploradores europeos a buscar sin descanso una ciudad o un reino de oro. Su presencia en el museo conecta directamente al visitante con esta historia, permitiendo contemplar la base real (el ritual) que dio origen a la leyenda. Es un testimonio tangible de la cosmovisión Muisca, de sus prácticas religiosas y de la abundancia de oro y la habilidad de sus artesanos.

Más Allá de la Balsa: Un Mar de Tesoros

Aunque la Balsa Muisca acapara gran atención, la colección del Museo del Oro está repleta de otros tesoros fascinantes que merecen ser explorados. En la gran cámara acorazada, por ejemplo, se exhiben muchos de los tesoros que fueron recuperados del propio lago Guatavita, el escenario de la leyenda de El Dorado. Aquí, las luces se encienden gradualmente para revelar una deslumbrante cantidad de objetos que fueron arrojados como ofrendas: pequeñas figuras votivas (tunjos), pectorales, narigueras y una infinidad de formas que una vez brillaron bajo las aguas del lago sagrado. La experiencia en esta sala se complementa con grabaciones de audio que recrean el sonido del agua y las oraciones ceremoniales, creando una atmósfera inmersiva que transporta al visitante a aquel tiempo ancestral y sagrado.

Otras piezas notables incluyen intrincados pectorales que cubrían el pecho, elaborados brazaletes, delicadas narigueras con movimientos, y figuras zoomorfas y antropomorfas de gran detalle y significado. Peces alados, jaguares, serpientes y representaciones humanas o de seres híbridos dan cuenta de la rica simbología y de la conexión profunda que estas culturas tenían con la naturaleza y el mundo espiritual. Cada pieza, ya sea un gran pectoral o una pequeña cuenta, es una obra maestra de ingeniería metalúrgica y expresión artística.

La Experiencia de Visitar el Museo

El Museo del Oro, renovado y ampliado en 2008, es un espacio moderno y espacioso que facilita la contemplación y el aprendizaje. Las presentaciones de video distribuidas por las salas ayudan a contextualizar las piezas, explicando, por ejemplo, el reconocimiento universal de los metales preciosos a través del tiempo, comparando objetos precolombinos con estatuas de bronce de África central, como menciona el texto. El diseño museográfico permite que el visitante se sienta inmerso en la historia y la cultura, y la sheer cantidad de oro expuesto es, en sí misma, una experiencia abrumadora y fascinante.

El museo ofrece una oportunidad única para comprender la magnitud de la riqueza cultural y material de las civilizaciones precolombinas de Colombia, y para reflexionar sobre el significado que el oro ha tenido a lo largo de la historia, tanto para las culturas que lo crearon con fines rituales y sociales, como para aquellas que lo buscaron con avidez por su valor económico.

Planificando Tu Visita

Para aquellos interesados en sumergirse en este mar de oro e historia, el Museo del Oro tiene horarios accesibles. Es importante recordar que el museo está cerrado los días lunes. Los domingos y días festivos, la entrada es gratuita para todos los visitantes, una excelente oportunidad para conocer este patrimonio. Durante el resto de los días de la semana, la entrada general para adultos tiene un costo muy asequible de 3.000 pesos colombianos.

Sala de ExposiciónTema Principal
Trabajo de los MetalesExtracción, técnicas y producción de metales
La Gente y el Oro en la Colombia PrehispánicaUso social y político de los metales
Cosmología y SimbolismoSignificado mitológico y chamánico del metal
La OfrendaRituales y ceremonias, especialmente lacustres

Preguntas Frecuentes sobre el Museo del Oro

¿Dónde se encuentra el Museo del Oro?
El Museo del Oro se encuentra en Bogotá, la capital de Colombia.
¿Cuál es la pieza más importante del museo?
Si bien es difícil elegir una sola, la Balsa Muisca es considerada una de las piezas más destacadas y simbólicas debido a su conexión con la leyenda de El Dorado y su representación de una importante ceremonia Muisca.
¿Cuándo fue fundado el Museo del Oro?
El museo fue inaugurado en 1939 por el Banco Central de Colombia.
¿Cuántas piezas de oro precolombino alberga el museo?
El museo alberga la mayor colección del mundo de piezas de oro precolombinas, con aproximadamente 34.000 objetos de oro.
¿Qué representa la Balsa Muisca?
Representa a un jefe Muisca (cacique) de pie en una balsa, rodeado de sacerdotes y remeros, evocando la ceremonia de ofrenda en el lago Guatavita relacionada con la leyenda de El Dorado.
¿Cuánto cuesta la entrada al Museo del Oro?
La entrada general para adultos cuesta 3.000 pesos colombianos. Los domingos y festivos, la entrada es gratuita.
¿Cuándo está cerrado el museo?
El Museo del Oro está cerrado todos los días lunes.
¿Qué otros tipos de objetos se exhiben?
Además de oro, el museo muestra trabajos precolombinos en madera, cerámica, tejidos y piedra.

El Museo del Oro de Colombia es mucho más que un repositorio de objetos antiguos; es un guardián de la historia, la cultura y la cosmovisión de las sociedades que florecieron en este territorio. Piezas como la legendaria Balsa Muisca nos transportan a un tiempo de rituales sagrados y leyendas doradas. Visitarlo es sumergirse en un mar de tesoros que dan vida a un pasado extraordinario, un legado que continúa brillando con la intensidad del sol que tanto veneraron.

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Alberto Calatrava

Nací en la Ciudad de Buenos Aires en 1956, en un entorno donde el arte y la artesanía se entrelazaban con la vida cotidiana. Mi viaje en la platería comenzó en el taller de Don Edgard Michaelsen, un maestro que me introdujo en las técnicas ancestrales de la platería hispanoamericana, herederas de siglos de tradición colonial. Allí, entre martillos y limaduras de plata, descubrí que el metal no era solo un material, sino un lenguaje capaz de expresar historias, culturas y emociones. Complemé mi formación como discípulo del maestro orfebre Emilio Patarca y del escultor Walter Gavito, quien me enseñó a ver la anatomía de las formas a través del dibujo y la escultura. Esta fusión entre orfebrería y escultura definió mi estilo: una búsqueda constante por capturar la esencia viva de la naturaleza en piezas funcionales, como sahumadores, mates o empuñaduras de bastones, donde animales como teros, mulitas o ciervos se convertían en protagonistas metálicos.Mis obras, forjadas en plata 925 y oro de 18 quilates, no solo habitan en colecciones privadas, sino que también forman parte del patrimonio del Museo Nacional de Arte Decorativo de Buenos Aires. Cada pieza nace de un proceso meticuloso: primero, estudiar las proporciones y movimientos del animal elegido; luego, modelar sus partes por separado —patas, cabeza, tronco— y finalmente unirlas mediante soldaduras invisibles, como si el metal respirara. Esta técnica, que combina precisión técnica y sensibilidad artística, me llevó a exponer en espacios emblemáticos como el Palais de Glace, el Museo Histórico del Norte en Salta y hasta en Miami, donde el arte argentino dialogó con coleccionistas internacionales.En 2002, decidí abrir las puertas de mi taller para enseñar este oficio, no como un mero conjunto de técnicas, sino como un legado cultural. Impartí seminarios en Potosí, Bolivia, y en Catamarca, donde colaboré con el Ministerio de Educación para formar a nuevos maestros plateros, asegurando que la tradición no se perdiera en la era industrial. Sin embargo, mi camino dio un giro inesperado al explorar el poder terapéutico del sonido. Inspirado por prácticas ancestrales del Himalaya, comencé a fabricar cuencos tibetanos y gongs usando una aleación de cobre y zinc, forjándolos a martillo con la misma dedicación que mis piezas de platería. Cada golpe, realizado con intención meditativa, no solo moldea el metal, sino que activa vibraciones capaces de inducir estados de calma profunda, una conexión entre el arte manual y la sanación espiritual.Hoy, desde mi taller Buda Orfebre, fusiono dos mundos: el de la platería criolla, arraigada en la identidad gaucha, y el de los instrumentos sonoros, que resonan como puentes hacia lo intangible. Creo que el arte no debe limitarse a lo estético; debe ser un vehículo para transformar, ya sea a través de un sahumador que evoca la Pampa o de un cuenco cuyas ondas acarician el alma. Mi vida, como mis obras, es un testimonio de que las manos, guiadas por pasión y conciencia, pueden convertir el metal en poesía y el sonido en medicina.

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