Partes de una Cruz Procesional

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La cruz, como símbolo universal y pilar central del cristianismo, ha adoptado innumerables formas a lo largo de los siglos y en diversas culturas. Más allá de su significado espiritual, muchas de estas cruces son verdaderas obras de arte, especialmente aquellas diseñadas para el culto público y las ceremonias solemnes. Entre ellas, las cruces procesionales destacan por su tamaño, su riqueza ornamental y su función litúrgica específica. Estas piezas no solo representan el sacrificio de Cristo, sino que también son estandartes que guían a la comunidad de fieles en sus ritos y celebraciones. Su diseño y estructura responden a la necesidad de ser portadas y exhibidas, lo que ha llevado al desarrollo de componentes distintivos que les otorgan funcionalidad y belleza. Conocer las partes que componen una cruz procesional nos permite apreciar mejor la maestría artesanal y el profundo simbolismo que encierran.

¿Cómo se llaman las partes de una cruz?
Entendemos por cruz, en su significado más habitual, la figura formada por dos líneas rectas que se cortan perpendicularmente, una de ellas vertical, lla- mada palo y árbol (el stipes o staticulum latino) y la otra horizontal, el travesa- ño (patibulum), dividida en dos tramos iguales llamados brazos.
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Las Partes Fundamentales de una Cruz Procesional

Aunque las cruces procesionales pueden variar enormemente en estilo, tamaño y material, la mayoría comparte una estructura básica diseñada para su propósito. Generalmente, podemos identificar tres componentes principales que se unen para formar la pieza completa tal como se exhibe en una procesión. Estos elementos son el vástago, la macolla o nudo, y la propia cruz o cuerpo de la cruz.

El Vástago: Soporte y Elevación

El vástago es el elemento inferior de la cruz procesional y cumple una función esencialmente práctica: sirve como punto de inserción para el asta o varal, un palo largo que permite a la cruz ser alzada y portada por un miembro del clero o un acólito durante las procesiones. Su diseño, a menudo tubular o con una cavidad específica en su base, está directamente relacionado con esta funcionalidad. Al estar montada sobre el asta, la cruz se eleva por encima de la multitud, destacando visualmente y sirviendo como punto de referencia al frente de la comitiva litúrgica. La morfología del vástago, aunque a veces también decorada, prioriza la robustez y la facilidad de conexión con el asta, asegurando la estabilidad de la pieza durante su desplazamiento.

La Macolla o Nudo: Riqueza Decorativa y Simbolismo

Situada típicamente entre el vástago y el cuerpo de la cruz, la macolla, también conocida como nudo, es quizás el elemento más distintivo y ornamental de una cruz procesional. Su función principal es decorativa y simbólica, aunque a veces también ayuda a equilibrar el peso de la cruz sobre el asta. Es en la macolla donde los orfebres y plateros a menudo desplegaban su mayor creatividad y habilidad técnica, transformándola en una pieza de gran complejidad visual. Las macollas pueden presentar una variedad asombrosa de formas y ornamentaciones, desde diseños geométricos o vegetales hasta representaciones figurativas o arquitectónicas. En el caso de una notable cruz procesional de Ourense, por ejemplo, la macolla exhibe una inusual decoración arquitectónica con dos niveles: uno cuadrangular con arquerías, torreones y motivos vegetales, y otro superior que simula una estructura acastillada con cuerpos almenados. Esta figuración de arquitecturas civiles era poco común en este tipo de piezas, lo que subraya la singularidad de algunos diseños. Complementando estas estructuras, la macolla puede albergar pequeñas figuras, como apóstoles o santos, añadiendo una capa más de significado iconográfico a la pieza. La riqueza de la macolla no solo embellece la cruz, sino que también comunica mensajes teológicos o históricos a través de su compleja iconografía.

El Cuerpo de la Cruz: Forma y Simbolismo Principal

El cuerpo de la cruz es la parte superior y central, la que define la forma cruciforme y donde tradicionalmente se coloca la imagen de Cristo crucificado. Esta es la parte más icónica y reconocible de la pieza, y su diseño puede variar según diferentes tipologías y periodos artísticos. Desde cruces latinas simples hasta formas más elaboradas, el cuerpo de la cruz es el foco principal de la devoción. La superficie de los brazos y el cruce puede estar decorada con grabados, relieves, esmaltes o incrustaciones, realzando su valor estético y simbólico.

La Cruz de Gajos: Un Árbol Simbólico

Dentro de las diversas tipologías de cruces, la cruz de gajos representa una forma particularmente interesante y simbólica, especialmente recurrente en ciertas regiones y periodos, como en el arte gótico final y el Renacimiento temprano en España. Esta tipología se caracteriza por tener un perfil que simula visualmente un árbol, con elementos que reproducen la apariencia de ramas cortadas o nudos a lo largo de sus brazos. El simbolismo detrás de la cruz de gajos a menudo se relaciona con la idea del Árbol de la Vida del Paraíso, reinterpretado a la luz de la redención cristiana. La cruz, el instrumento de la Pasión, se convierte así en un nuevo Árbol de la Vida que trae la salvación a la humanidad. Las piezas que componen esta tipología pueden tener un perfil circular o lobulado, y sus extremos suelen estar rematados de formas diversas. En el caso de la mencionada cruz de Ourense, los extremos son de perfil ovalado con una decoración de estrías helicoidales, una solución que se aleja de los remates flordelisados, más comunes en las cruces bajomedievales, lo que muestra la diversidad de acabados posibles dentro de esta tipología.

¿Cuáles son las partes de una cruz procesional?
La estructura de esta cruz procesional se compone de tres partes: el vástago, la macolla y la propia cruz: El vástago es el elemento sustentante que permite insertar una asta a la cruz de modo que pueda ser desplazada durante las procesiones.

El Material Excepcional: El Azabache

Si bien la mayoría de las cruces procesionales de valor artístico e histórico fueron realizadas en orfebrería y platería, empleando metales preciosos como el oro y la plata, o aleaciones como el bronce o el cobre, existen ejemplos singulares que utilizan materiales menos convencionales pero igualmente valiosos. La cruz procesional de Ourense destaca de manera excepcional precisamente por el material empleado en su elaboración: el azabache. El azabache es un carbón fosilizado de intenso color negro y brillo característico, que ha sido utilizado desde la antigüedad para la creación de joyas y objetos ornamentales. Su uso en una pieza litúrgica de gran formato como una cruz procesional es notablemente infrecuente. La elección del azabache confiere a la cruz un aspecto visual llamativo y solemne, acentuado por su color profundo. La belleza natural del material puede ser realzada mediante la aplicación de policromía, como el dorado en ciertos elementos, creando contrastes cromáticos de gran efecto visual. Trabajar el azabache en piezas de este tamaño y complejidad requiere una habilidad artesanal particular, diferente a la de la orfebrería en metales, lo que añade otro nivel de aprecio por estas obras únicas.

La Imagen Ausente: El Crucificado

Aunque el cuerpo de la cruz es un elemento esencial, la imagen que a menudo la acompaña, la del Cristo crucificado, es fundamental para su significado litúrgico. Muchas cruces procesionales estaban diseñadas para albergar una figura de Cristo, que se fijaba al cuerpo de la cruz. La ausencia de esta figura en algunas cruces antiguas, como ocurre en el ejemplo de Ourense donde solo se conservan los pies del Crucificado, nos recuerda que la pieza original estaba completa y cargada con el simbolismo central de la Pasión. Basándonos en la época y el estilo de la cruz, podemos inferir cómo sería la imagen perdida: probablemente un Cristo muerto, con la cabeza inclinada, portando la corona de espinas y clavado a la cruz con tres clavos, según las representaciones más comunes del siglo XV. La presencia de esta figura completaba la narrativa visual de la cruz, haciendo explícito el sacrificio redentor.

Uso Litúrgico y Contexto Histórico

Las cruces procesionales, como su nombre indica, estaban destinadas principalmente a ser portadas en procesiones como parte de diversos ritos litúrgicos. Encabezaban la comitiva, guiando a los fieles y marcando el paso. Su uso era variado, desde procesiones festivas hasta, en algunos casos, funciones más específicas. La cruz de Ourense, por ejemplo, estaba destinada fundamentalmente a la liturgia de difuntos, acompañando al difunto desde su hogar hasta el lugar de inhumación, siguiendo las rúbricas que indicaban su presencia en todas las etapas. Esto subraya cómo el diseño y la iconografía de una cruz podían adaptarse a su función específica dentro del culto. Aunque su uso principal era en movimiento, estas cruces también podían ser expuestas en el presbiterio de la iglesia durante el resto del año, a menudo colocadas en un soporte o cepo, continuando así su función como objeto de veneración. La tipología de cruz de gajos, especialmente en materiales como la plata o el cobre, tuvo una notable difusión a partir de la década de 1460, con centros importantes en Burgos y León. Su aparición en otras regiones, y particularmente su ejecución en un material tan inusual como el azabache en Ourense, demuestra la extensión de estos modelos y la capacidad de adaptación de los artesanos locales. La existencia de otra cruz de gajos similar en Galicia (Museo de Arte Sacro de las Clarisas de Monforte), aunque probablemente en metal, confirma la presencia de esta tipología en la región a finales del siglo XV, haciendo de la cruz de azabache de Ourense una pieza no solo regionalmente significativa, sino también un ejemplo excepcional a nivel peninsular por su material.

Preguntas Frecuentes sobre las Cruces Procesionales

¿Cómo se llaman las partes principales de una cruz procesional?

Las partes principales de una cruz procesional son el vástago, la macolla o nudo, y el cuerpo de la cruz propiamente dicho.

¿Cuál es la función del vástago en una cruz procesional?

El vástago es el elemento inferior que permite insertar un asta o varal, haciendo posible que la cruz sea portada y elevada durante las procesiones.

¿Cómo se llaman las partes de una cruz?
Entendemos por cruz, en su significado más habitual, la figura formada por dos líneas rectas que se cortan perpendicularmente, una de ellas vertical, lla- mada palo y árbol (el stipes o staticulum latino) y la otra horizontal, el travesa- ño (patibulum), dividida en dos tramos iguales llamados brazos.

¿Qué es la macolla o nudo de una cruz procesional?

La macolla es la pieza decorativa, a menudo ricamente ornamentada, que se sitúa entre el vástago y el cuerpo de la cruz. Puede contener elementos arquitectónicos, vegetales o figurativos.

¿Qué significa la tipología de cruz de gajos?

La cruz de gajos es un tipo de cruz cuyo diseño simula ramas cortadas o nudos, relacionándose a menudo con el simbolismo del Árbol de la Vida.

¿Por qué algunas cruces procesionales antiguas carecen de la imagen de Cristo?

En muchos casos, la imagen del Crucificado, que originalmente estaba fijada al cuerpo de la cruz, se ha perdido con el tiempo debido a deterioro, accidentes o traslados, aunque la cruz conservara el resto de sus partes.

¿Era común el uso de azabache en cruces procesionales?

No, el uso de azabache en cruces procesionales de gran formato como la de Ourense es muy inusual. Lo más común era que estas piezas fueran realizadas en orfebrería o platería, utilizando metales como oro, plata, bronce o cobre.

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Alberto Calatrava

Nací en la Ciudad de Buenos Aires en 1956, en un entorno donde el arte y la artesanía se entrelazaban con la vida cotidiana. Mi viaje en la platería comenzó en el taller de Don Edgard Michaelsen, un maestro que me introdujo en las técnicas ancestrales de la platería hispanoamericana, herederas de siglos de tradición colonial. Allí, entre martillos y limaduras de plata, descubrí que el metal no era solo un material, sino un lenguaje capaz de expresar historias, culturas y emociones. Complemé mi formación como discípulo del maestro orfebre Emilio Patarca y del escultor Walter Gavito, quien me enseñó a ver la anatomía de las formas a través del dibujo y la escultura. Esta fusión entre orfebrería y escultura definió mi estilo: una búsqueda constante por capturar la esencia viva de la naturaleza en piezas funcionales, como sahumadores, mates o empuñaduras de bastones, donde animales como teros, mulitas o ciervos se convertían en protagonistas metálicos.Mis obras, forjadas en plata 925 y oro de 18 quilates, no solo habitan en colecciones privadas, sino que también forman parte del patrimonio del Museo Nacional de Arte Decorativo de Buenos Aires. Cada pieza nace de un proceso meticuloso: primero, estudiar las proporciones y movimientos del animal elegido; luego, modelar sus partes por separado —patas, cabeza, tronco— y finalmente unirlas mediante soldaduras invisibles, como si el metal respirara. Esta técnica, que combina precisión técnica y sensibilidad artística, me llevó a exponer en espacios emblemáticos como el Palais de Glace, el Museo Histórico del Norte en Salta y hasta en Miami, donde el arte argentino dialogó con coleccionistas internacionales.En 2002, decidí abrir las puertas de mi taller para enseñar este oficio, no como un mero conjunto de técnicas, sino como un legado cultural. Impartí seminarios en Potosí, Bolivia, y en Catamarca, donde colaboré con el Ministerio de Educación para formar a nuevos maestros plateros, asegurando que la tradición no se perdiera en la era industrial. Sin embargo, mi camino dio un giro inesperado al explorar el poder terapéutico del sonido. Inspirado por prácticas ancestrales del Himalaya, comencé a fabricar cuencos tibetanos y gongs usando una aleación de cobre y zinc, forjándolos a martillo con la misma dedicación que mis piezas de platería. Cada golpe, realizado con intención meditativa, no solo moldea el metal, sino que activa vibraciones capaces de inducir estados de calma profunda, una conexión entre el arte manual y la sanación espiritual.Hoy, desde mi taller Buda Orfebre, fusiono dos mundos: el de la platería criolla, arraigada en la identidad gaucha, y el de los instrumentos sonoros, que resonan como puentes hacia lo intangible. Creo que el arte no debe limitarse a lo estético; debe ser un vehículo para transformar, ya sea a través de un sahumador que evoca la Pampa o de un cuenco cuyas ondas acarician el alma. Mi vida, como mis obras, es un testimonio de que las manos, guiadas por pasión y conciencia, pueden convertir el metal en poesía y el sonido en medicina.

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