Las antiguas tierras de lo que hoy conocemos como Colombia, específicamente las regiones habitadas por el pueblo muisca, resguardan una historia fascinante donde el oro no era simplemente un metal precioso, sino un material cargado de profundo simbolismo espiritual y cultural. Desde aproximadamente el año 600 EC hasta el 1600 EC, los muiscas florecieron en los Andes del norte, desarrollando una compleja sociedad y una notable habilidad para la orfebrería. Fue precisamente su relación única con este metal lo que dio origen a una de las leyendas más persistentes y seductoras de la historia: El Dorado.
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Originalmente, el término El Dorado no se refería a una ciudad mítica o una vasta región llena de tesoros, sino a los propios reyes muiscas, específicamente al ritual de coronación que realizaban. Esta ceremonia, cargada de misticismo y esplendor, se llevaba a cabo en la sagrada laguna de Guatavita, situada al norte de la actual Bogotá. Con el paso del tiempo y la llegada de los conquistadores españoles, el significado de El Dorado se transformó en la quimera de una ciudad perdida, pavimentada en oro, o incluso en toda una región inexplorada repleta de riquezas incalculables. Impulsados por una insaciable sed de oro, los españoles, seguidos por exploradores y cazadores de tesoros de diversas épocas, emprendieron una búsqueda frenética. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos y las costosas expediciones, los fabulosos tesoros de un El Dorado entendido como ciudad nunca fueron encontrados.

El Oro para los Muiscas: Más Allá del Valor Monetario
En las diversas culturas precolombinas de la antigua Colombia, el oro gozaba de una estima particular y había sido un material predilecto para los trabajadores del metal durante mucho tiempo. Es crucial entender que para los muiscas, el oro no poseía el mismo valor como moneda que en las sociedades europeas. Si bien podía servir como materia prima para el intercambio, su importancia trascendía con creces su valor intrínseco o monetario. A diferencia de otras culturas americanas donde el oro estaba reservado exclusivamente para la élite o la nobleza, entre los muiscas parece que su posesión se extendía a estratos más bajos de la sociedad, lo que sugiere un acceso más amplio a este material.
La verdadera valía del oro residía en sus propiedades físicas y sus profundas asociaciones espirituales. Era estimado por su lustre, su cualidad de ser incorruptible (no se oxida ni se degrada con el tiempo), y por su conexión intrínseca con el sol, una deidad fundamental en la cosmovisión muisca. Su maleabilidad y facilidad para ser trabajado en manos de artesanos expertos también contribuían a su aprecio. Los orfebres muiscas eran sumamente hábiles, dominando una amplia gama de técnicas, entre las que destacaba la técnica de la cera perdida, permitiéndoles crear piezas de gran detalle y complejidad.
El oro y las obras de arte elaboradas con aleaciones de oro no solo eran objetos de belleza o estatus, sino que cumplían una función vital en las prácticas religiosas y cosmogónicas. Se ofrecían en grandes cantidades a los dioses y se depositaban en lugares considerados sagrados, como lagunas y cuevas. El propósito de estas ofrendas era fundamental: mantener el equilibrio del cosmos y prevenir desastres naturales, asegurando la armonía entre el mundo humano y el divino.
Una forma común de ofrenda eran las figurillas conocidas como tunjos. Estas pequeñas esculturas de oro o tumbaga (una aleación de oro y cobre) representaban con gran detalle a personas, a menudo portando objetos como escudos, armas o instrumentos musicales, o bien representaban animales o escenas rituales. El ejemplo más célebre de estas ofrendas es la Balsa Muisca. Esta impresionante pieza, que representa una balsa cargada de figuras doradas dispuestas sobre ella, se cree que ilustra precisamente la ceremonia de coronación de El Dorado. La balsa fue descubierta en una vasija de barro dentro de una cueva y hoy es una de las piezas centrales del Museo del Oro en Bogotá, testimonio invaluable de la maestría y las creencias muiscas.
La Leyenda de El Dorado y el Ritual de Guatavita
La asociación entre la antigua Colombia y el metal precioso se consolidó con la llegada de los españoles, cuya principal motivación en la exploración del norte de Sudamérica era, abiertamente, encontrar oro, fundirlo y enviarlo de regreso a Europa. Tan intensa era esta fijación que el rey español nombró a su nuevo territorio como "Castillo del Oro". Pero de todas las historias sobre oro y esmeraldas que circulaban, una en particular capturó la imaginación de los invasores: el relato de la fastuosa ceremonia de coronación de un rey muisca, la que daría origen a la leyenda de El Dorado.
Esta leyenda aparece en la mayoría de los relatos españoles de la conquista, como en la Historia general y natural de las Indias de Fernández de Oviedo (1535-48 EC), pero fue detallada más extensamente por Juan Rodríguez Freyle en 1636 EC, quien afirmó haber obtenido los detalles del sobrino del último gobernante de Guatavita. La representación artística más antigua de la leyenda data de 1599 EC, un grabado de Theodor de Bry que muestra a ayudantes aplicando oro al cuerpo de un individuo.

Según la tradición muisca descrita en la leyenda, cuando un nuevo monarca (el Zipa) debía ser coronado, el futuro rey se preparaba con un riguroso período de abstinencia. Recluido en una cueva, se le prohibían ciertos alimentos, como pimientos y sal, y la compañía de mujeres. Llegado el día de la coronación, el elegido se dirigía a la laguna de Guatavita, un sitio de profundo significado espiritual, para realizar ofrendas a los dioses en busca de bendiciones para su reinado. El punto culminante de la ceremonia tenía lugar en el centro mismo del lago.
El futuro rey viajaba en una balsa hecha de juncos, la cual estaba cargada con un fabuloso tesoro de oro y esmeraldas. Sobre la balsa se colocaban cuatro grandes quemadores de incienso, llamado moque. Estos braseros, sumados a los que se encendían en las orillas del lago, desprendían densas nubes de humo que sin duda intensificaban la atmósfera mística de la ceremonia. Pero el tesoro más extraordinario en la balsa era el propio monarca. Se le desnudaba y se le cubría completamente con una capa pegajosa de resina. Sobre esta capa, se soplaba un fino polvo de oro, transformándolo en un ser brillante, literalmente un hombre dorado. De esta imagen impactante nació el nombre de El Dorado.
Acompañando al rey en la balsa viajaban cuatro ayudantes. Aunque sus atuendos eran menos espectaculares que el del monarca, también estaban cargados con pesadas joyas de oro que colgaban de sus cuerpos. El momento culminante llegaba cuando, al son de trompetas y cantos desde las orillas, la balsa alcanzaba el centro de la laguna. En ese instante, un silencio ceremonial caía sobre la multitud. Los ayudantes arrojaban el precioso tesoro de oro y joyas a las aguas de la laguna. Simultáneamente, la gente congregada en las orillas también lanzaba sus propias ofrendas de oro al lago sagrado. La ceremonia concluía cuando el propio rey dorado saltaba a la laguna. Al salir de sus aguas, limpio del oro que lo cubría, se convertía formalmente en el nuevo rey de los muiscas, el Zipa.
La Incansable Búsqueda del Tesoro de El Dorado
La legendaria riqueza asociada a El Dorado y, particularmente, al tesoro arrojado en la laguna de Guatavita, desató una febril y a menudo infructuosa búsqueda a lo largo de los siglos. Desde figuras históricas como Sir Walter Raleigh en el siglo XVI hasta exploradores y compañías en el siglo XX, se organizaron numerosas y costosas expediciones con el objetivo de encontrar el oro sumergido en las aguas de Guatavita. Sin embargo, ninguna de ellas logró recuperar un tesoro que se acercase a las descripciones legendarias.
Uno de los intentos más ambiciosos tuvo lugar en la década de 1580 EC, liderado por Antonio de Sepúlveda. Su plan consistió en cortar una sección del borde del cráter de la laguna con la esperanza de drenarla y exponer el tesoro que, según sus cálculos, debía haberse acumulado en el lecho a lo largo de cientos de años de ceremonias. Si bien se encontraron algunos artefactos de oro alrededor de los bordes de la laguna a medida que el nivel del agua descendía, un deslizamiento de tierra bloqueó el corte antes de que el drenaje fuera completo, provocando que el nivel del agua comenzara a subir de nuevo. Enfrentado a la oposición de la población local y a las dificultades técnicas, los españoles se vieron obligados a abandonar la empresa.
Otro intento significativo ocurrió en 1909 EC, a cargo de una compañía inglesa llamada Contractor Limited. Esta expedición adoptó un método diferente, buscando drenar la laguna cavando un túnel por debajo de su nivel. Lograron vaciar la laguna, pero se enfrentaron a un nuevo problema. El fondo, compuesto por un barro blando y profundo, era incapaz de soportar peso alguno. Para empeorar las cosas, el barro se calentó rápidamente bajo el sol y se endureció como cemento. Los cazadores de tesoros regresaron a Bogotá en busca de equipo de perforación, pero al volver a la laguna, se encontraron con que el barro en el túnel de drenaje también se había solidificado, bloqueándolo y permitiendo que la laguna se llenara nuevamente. Sin fondos adicionales para continuar, los ingleses, al igual que los españoles y muchos otros antes que ellos, tuvieron que desistir, recuperando solo un puñado de pequeños artefactos de la orilla.
Los resultados acumulados de todas estas expediciones han sido, en general, enormemente decepcionantes en comparación con las expectativas generadas por la leyenda. Si bien se ha recuperado algo de oro, junto con cuentas de piedra y cerámica, nada hasta la fecha se equipara a las fabulosas riquezas descritas en la leyenda de El Dorado. Quizás, en un sentido poético, esto sea lo más apropiado. Después de todo, los dueños originales del oro y las joyas, los muiscas, tenían la intención de que sus ofrendas al sol permanecieran para siempre allí donde fueron entregadas: en el fondo sagrado de una laguna en las remotas montañas de Colombia.

El Legado de El Dorado
La leyenda de El Dorado, nacida de un ritual sagrado y transformada por la codicia europea, perdura hasta nuestros días. Aunque la ciudad de oro nunca fue encontrada, la historia del "hombre dorado" y la laguna de Guatavita sigue cautivando la imaginación. Más allá de la búsqueda de tesoros perdidos, la historia de El Dorado nos ofrece una ventana a la cosmovisión de los muiscas, un pueblo para el cual el oro era un vehículo de conexión con lo divino, un material para honrar a sus dioses y mantener la armonía cósmica, muy distinto de la concepción puramente económica que impulsó a los conquistadores.
Preguntas Frecuentes sobre el Oro y El Dorado Muisca
¿Quiénes eran los muiscas?
Los muiscas fueron un pueblo indígena que habitó los altiplanos y valles de la Cordillera Oriental de Colombia, en el territorio que hoy ocupan principalmente los departamentos de Cundinamarca y Boyacá, aproximadamente entre el 600 EC y el 1600 EC.
¿Era el oro utilizado como moneda por los muiscas?
Según la información disponible, el oro no funcionaba como moneda en el sentido europeo. Era más bien una materia prima para la elaboración de objetos y ofrendas, valorado por sus propiedades físicas y espirituales, y utilizado en intercambios como cualquier otra materia prima valiosa.
¿Por qué era importante el Lago Guatavita para los muiscas?
El Lago Guatavita era considerado un sitio sagrado de gran importancia religiosa. Era el lugar donde se realizaba la ceremonia de coronación de los Zipas, el ritual del "hombre dorado" que dio origen a la leyenda de El Dorado, además de ser un lugar para depositar ofrendas a las deidades.
¿Se encontró realmente la ciudad perdida de El Dorado?
No, la legendaria ciudad de oro de El Dorado nunca fue encontrada. El concepto de El Dorado evolucionó de un ritual y un rey a la idea de una ciudad mítica o región rica en oro, impulsada por las narrativas de los conquistadores españoles. Las búsquedas se centraron principalmente en la laguna de Guatavita, donde se esperaba encontrar las ofrendas ceremoniales, con resultados limitados.
¿Qué son los tunjos?
Los tunjos son pequeñas figuras votivas elaboradas por los muiscas, generalmente de oro o tumbaga. Representaban personas, animales o escenas rituales y eran utilizadas como ofrendas a los dioses, depositadas en lugares sagrados como lagunas y cuevas.
| Concepto | Visión Muisca del Oro | Visión Española del Oro |
|---|---|---|
| Valor Principal | Espiritual, simbólico, cosmogónico, materia prima para ofrendas y arte | Monetario, riqueza acumulable, poder económico y político |
| Uso Principal | Ofrendas rituales, objetos ceremoniales, adornos corporales, representación de creencias | Acumulación de riqueza, fundición para envío a Europa, pago de expediciones |
| Posesión | Accesible a diversos estratos sociales, no limitado a la élite | Principalmente la Corona española, conquistadores y la nobleza europea |
| Significado | Conexión con el sol, incorruptibilidad, equilibrio del cosmos, expresión artística y religiosa | Riqueza tangible, símbolo de estatus y poder, objeto de saqueo y explotación |
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