¿Qué pasó con Carl Fabergé?

¿Qué Pasó con Carl Fabergé?

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Carl Fabergé, un nombre sinónimo de lujo extremo, artesanía inigualable y los legendarios Huevos de Pascua imperiales, fue el joyero por excelencia de la corte rusa. Nacido en San Petersburgo en 1846, Peter Carl Fabergé se convertiría en uno de los orfebres, joyeros y diseñadores más célebres del arte decorativo occidental. Pero detrás del brillo de las piedras preciosas y el esmalte perfecto, se esconde una historia marcada por los profundos cambios políticos que sacudieron Rusia y que, en última instancia, determinarían su destino.

Hijo de un joyero de San Petersburgo y de ascendencia hugonote, Fabergé recibió una educación y formación excepcionales en ciudades como San Petersburgo, Fráncfort y Dresde. Viajó por Europa, absorbiendo influencias de París y Londres, lo que enriqueció su visión artística. En 1870, heredó el negocio de su padre, la Casa Fabergé. Aunque continuó con la producción de joyas y objetos decorativos, expandió el enfoque de la firma para incluir muebles, objetos funcionales y, notablemente, objetos de fantasía, aquellos que deslumbraban más por su creatividad y ejecución que por el simple valor de los materiales.

¿Qué pasó con Carl Fabergé?
La Casa Fabergé fue pronto tomada por el gobierno revolucionario y el propio Fabergé huyó a Suiza, donde murió en 1920 .

La filosofía de Fabergé se centraba en la artesanía fina, la creatividad y la belleza. A diferencia de gran parte del diseño de joyería tradicional de la época, que priorizaba el tamaño de las gemas, Fabergé puso el énfasis en la maestría técnica y el diseño innovador. Esta aproximación cautivó a sus clientes aristocráticos. Asistido por su hermano Agathon, quien se unió a la firma en 1882, así como por sus hijos y colaboradores clave como el artesano suizo François Berbaum, Fabergé se consolidó como un diseñador brillante.

Sus creaciones se inspiraron en diversas fuentes, desde las artes decorativas bajo el rey Luis XVI de Francia hasta las artes tradicionales de Rusia e Italia renacentista, pasando por el estilo Rococó. Algunas de sus piezas posteriores incluso reflejaron el emergente estilo Art Nouveau. El taller de Fabergé se hizo famoso por obras elaboradas con maestría, utilizando materiales preciosos y semipreciosos como oro, plata, malaquita, jade, lapislázuli y gemas. Producían flores exquisitas, grupos de figuras, bibelots encantadores, animales detallados y, por supuesto, los célebres y esperados Huevos Imperiales de Pascua.

El reconocimiento oficial llegó en 1882, cuando Fabergé exhibió sus trabajos en la Exposición Panrusa de Moscú y fue galardonado con una medalla de oro. Este evento fue crucial para establecer su reputación entre la nobleza rusa, preparando el camino para su nombramiento más importante.

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El Joyero de la Corte Imperial

En 1885, Carl Fabergé alcanzó la cúspide de su carrera al ser nombrado joyero y orfebre de la corte imperial rusa. Este nombramiento no solo era un gran honor, sino que también le encargó la creación de las obras por las que es más recordado hoy en día: los elaborados y fantásticos huevos de Pascua para los miembros de la corte. Además de estos encargos imperiales, la firma también producía huevos menos costosos para el mercado general, democratizando, en cierta medida, su arte.

Para la familia imperial, Fabergé produjo un total de 50 huevos, cada uno diseñado con un elemento de sorpresa en su interior. Esta tradición comenzó con el primer huevo, conocido como el Huevo de la Gallina, encargado por el zar Alejandro III como regalo para su esposa, la emperatriz María Fiódorovna. Este huevo fue una extensión lujosa de la tradición rusa ortodoxa de intercambiar huevos decorados en Pascua. Su exterior de esmalte blanco, aparentemente sencillo, albergaba una yema de oro amarillo que se abría para revelar una gallina dorada. La gallina, posada sobre un lecho de gamuza que imitaba la paja, a su vez, contenía la sorpresa final: una versión en miniatura de la corona imperial rusa, elaborada con diamantes y rubíes, que sostenía un pequeño colgante de rubí en forma de huevo.

El prestigio de Fabergé trascendió las fronteras rusas. En 1900, participó en la Exposición Universal de París, donde fue galardonado con una medalla de oro y la Cruz de la Legión de Honor francesa. Este reconocimiento internacional ayudó a difundir su nombre y el de su firma por todo el mundo. Para 1905, la Casa Fabergé había expandido sus operaciones, abriendo talleres en Moscú, Kiev y Londres, empleando a más de 500 personas. La expansión reflejaba la alta demanda y el éxito global de su arte.

La Revolución Rusa y el Fin del Imperio Fabergé

La relación entre la Casa Fabergé y la familia Romanov continuó fuerte durante años. Los zares siguieron encargando y regalando los famosos huevos de Pascua hasta un evento histórico que cambiaría el curso de Rusia y el destino de Fabergé: la Revolución Rusa de 1917. Este cataclismo político y social derrocó a la monarquía y sumió al país en el caos.

El impacto en la Casa Fabergé fue devastador. El gobierno revolucionario confiscó los talleres y activos restantes de la firma en 1918. Las operaciones de la Casa Fabergé, que habían florecido bajo el patrocinio imperial, llegaron a un abrupto final. Los talleres confiscados fueron puestos bajo el control de un comité de empleados por un breve tiempo antes de ser cerrados definitivamente.

Ante la confiscación de su negocio y el peligroso clima político, Carl Fabergé se vio obligado a huir de Rusia. Buscó refugio en Suiza, un país conocido por su neutralidad y estabilidad. Fue en el exilio, lejos del imperio que había ayudado a adornar con su arte, donde Carl Fabergé pasó sus últimos años. Falleció en Lausana, Suiza, el 24 de septiembre de 1920, a la edad de 74 años.

La historia de Carl Fabergé es un testimonio del auge y la caída en tiempos de agitación. Su firma, sinónimo de la opulencia de la Rusia zarista, no pudo sobrevivir a la transformación radical del país. Aunque la Casa Fabergé como negocio cesó de existir en su forma original, sus creaciones, especialmente los Huevos Imperiales, perduran como símbolos de una era pasada de esplendor y como obras maestras inigualables de la orfebrería y la joyería.

Cronología del Destino de Fabergé

AñoEvento
1846Nacimiento de Carl Fabergé en San Petersburgo.
1870Hereda el negocio de joyería de su padre.
1885Nombrado Joyero de la Corte Imperial Rusa.
1885Crea el primer Huevo Imperial, el Huevo de la Gallina.
1900Recibe reconocimiento internacional en la Exposición de París.
1905Expansión con talleres en Moscú, Kiev y Londres.
1917Estalla la Revolución Rusa.
1918Talleres de Fabergé en Rusia son confiscados por el gobierno revolucionario.
1918Carl Fabergé huye de Rusia.
1920Fallece en Lausana, Suiza.

Preguntas Frecuentes sobre Carl Fabergé

¿Por qué es tan famoso Carl Fabergé?

Es famoso por su excepcional habilidad como joyero y orfebre, y sobre todo, por los exquisitos Huevos de Pascua que creó para la familia imperial rusa. Su enfoque en la artesanía y el diseño innovador lo distinguió.

¿Qué le sucedió a la Casa Fabergé después de la Revolución Rusa?

La firma fue confiscada por el gobierno revolucionario en 1918 y sus talleres fueron cerrados. El negocio original, tal como lo dirigía Carl Fabergé, dejó de existir en Rusia.

¿Cuántos Huevos Imperiales de Pascua creó Fabergé?

Creó 50 Huevos de Pascua para la familia imperial rusa.

¿Dónde y cuándo murió Carl Fabergé?

Carl Fabergé falleció en Lausana, Suiza, el 24 de septiembre de 1920.

¿Huyó Fabergé de Rusia?

Sí, tras la Revolución Rusa y la confiscación de su negocio, Carl Fabergé huyó de Rusia y se exilió en Suiza.

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Alberto Calatrava

Nací en la Ciudad de Buenos Aires en 1956, en un entorno donde el arte y la artesanía se entrelazaban con la vida cotidiana. Mi viaje en la platería comenzó en el taller de Don Edgard Michaelsen, un maestro que me introdujo en las técnicas ancestrales de la platería hispanoamericana, herederas de siglos de tradición colonial. Allí, entre martillos y limaduras de plata, descubrí que el metal no era solo un material, sino un lenguaje capaz de expresar historias, culturas y emociones. Complemé mi formación como discípulo del maestro orfebre Emilio Patarca y del escultor Walter Gavito, quien me enseñó a ver la anatomía de las formas a través del dibujo y la escultura. Esta fusión entre orfebrería y escultura definió mi estilo: una búsqueda constante por capturar la esencia viva de la naturaleza en piezas funcionales, como sahumadores, mates o empuñaduras de bastones, donde animales como teros, mulitas o ciervos se convertían en protagonistas metálicos.Mis obras, forjadas en plata 925 y oro de 18 quilates, no solo habitan en colecciones privadas, sino que también forman parte del patrimonio del Museo Nacional de Arte Decorativo de Buenos Aires. Cada pieza nace de un proceso meticuloso: primero, estudiar las proporciones y movimientos del animal elegido; luego, modelar sus partes por separado —patas, cabeza, tronco— y finalmente unirlas mediante soldaduras invisibles, como si el metal respirara. Esta técnica, que combina precisión técnica y sensibilidad artística, me llevó a exponer en espacios emblemáticos como el Palais de Glace, el Museo Histórico del Norte en Salta y hasta en Miami, donde el arte argentino dialogó con coleccionistas internacionales.En 2002, decidí abrir las puertas de mi taller para enseñar este oficio, no como un mero conjunto de técnicas, sino como un legado cultural. Impartí seminarios en Potosí, Bolivia, y en Catamarca, donde colaboré con el Ministerio de Educación para formar a nuevos maestros plateros, asegurando que la tradición no se perdiera en la era industrial. Sin embargo, mi camino dio un giro inesperado al explorar el poder terapéutico del sonido. Inspirado por prácticas ancestrales del Himalaya, comencé a fabricar cuencos tibetanos y gongs usando una aleación de cobre y zinc, forjándolos a martillo con la misma dedicación que mis piezas de platería. Cada golpe, realizado con intención meditativa, no solo moldea el metal, sino que activa vibraciones capaces de inducir estados de calma profunda, una conexión entre el arte manual y la sanación espiritual.Hoy, desde mi taller Buda Orfebre, fusiono dos mundos: el de la platería criolla, arraigada en la identidad gaucha, y el de los instrumentos sonoros, que resonan como puentes hacia lo intangible. Creo que el arte no debe limitarse a lo estético; debe ser un vehículo para transformar, ya sea a través de un sahumador que evoca la Pampa o de un cuenco cuyas ondas acarician el alma. Mi vida, como mis obras, es un testimonio de que las manos, guiadas por pasión y conciencia, pueden convertir el metal en poesía y el sonido en medicina.

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