¿Qué accesorios se usaban en la antigua Roma?

Joyería Romana: Lujo, Símbolo y Estatus

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El mundo romano, célebre por su vasta ingeniería, arquitectura monumental y proezas militares que moldearon el mundo antiguo, también albergaba un profundo aprecio por el arte del adorno personal. Más allá de las impresionantes obras de infraestructura o los imponentes templos, la vida cotidiana de los romanos, especialmente en las esferas más elevadas de la sociedad, estaba imbuida de un sentido del lujo que se manifestaba de diversas formas. Este lujo no solo se percibía en el vestido, los perfumes exquisitos o los banquetes opulentos, sino de manera muy particular en el esplendor de la joyería y la orfebrería. La habilidad romana para trabajar los metales y las piedras preciosas, aunque quizás influenciada por tradiciones anteriores y contemporáneas de otras culturas, se consolidó como una parte esencial de su identidad social y cultural.

La orfebrería y la platería en Roma no se limitaban a la creación de simples adornos corporales. El concepto romano de joyería era mucho más amplio, abarcando una diversidad de objetos manufacturados con metales y piedras preciosas. Esto incluía desde intrincadas diademas y collares hasta enseres domésticos de gran valor como bandejas labradas, espejos pulidos e incluso las propias monedas, que en ocasiones eran recontextualizadas para formar parte de piezas de adorno personal. Esta concepción expandida subraya la omnipresencia del metal precioso y las gemas en la expresión de riqueza y sofisticación dentro de la sociedad romana.

¿Qué joyas usaban los romanos?
En el mundo romano las más empleadas fueron los diamantes, zafiros, topacios, aguamarinas, esmeraldas, ágatas, etc. Era muy habitual que las piedras se tallasen y, de hecho, la glíptica manual alcanzó su mayor desarrollo en Roma.

Aunque el lujo era un concepto que permeaba tanto la vida de hombres como de mujeres, existían claras diferencias en la manera en que se manifestaba a través de la joyería personal. Mientras que los hombres tendían a incorporar el lujo en aspectos más generales de su vida y entorno, como la decoración de sus residencias, las mujeres eran las principales portadoras de adornos personales. La única excepción notable en la joyería masculina cotidiana era el anillo, cuya importancia y simbolismo en la sociedad romana merecen una atención particular.

La rutina diaria de una matrona romana de estatus elevado comenzaba con un meticuloso proceso de aseo y vestimenta. Tras peinarse y maquillarse, procedían a colocarse la considerable cantidad de joyas que poseían, un auténtico despliegue de riqueza que incluía diademas, pendientes, brazaletes, collares y más. Esta afición por el adorno personal no siempre fue vista con buenos ojos por las autoridades romanas, llegando incluso a ser objeto de legislación. Un ejemplo notorio es la Lex Oppia, promulgada en el contexto de la Segunda Guerra Púnica (finales del siglo III a.C.). Esta ley sumptuaria buscaba restringir el exceso de lujo, prohibiendo, entre otras cosas, que las mujeres llevaran una cantidad excesiva de joyas. Aunque leyes como esta reflejaban la preocupación por la ostentación, la inclinación por el adorno y el lujo en la joyería persistiría y se intensificaría a lo largo de la historia romana.

El conocimiento que poseemos hoy sobre la joyería romana proviene de diversas fuentes. Los yacimientos arqueológicos son fundamentales, proporcionando hallazgos tangibles que nos muestran los estilos, materiales y técnicas utilizadas. Lugares como Pompeya, preservados por la erupción del Vesubio en el siglo I d.C., han sido particularmente ricos en información sobre el adorno personal de esa época. Conforme avanza el Imperio, otros yacimientos en regiones como las Islas Británicas (a partir de los siglos II y III d.C.) y zonas del norte de África (Argelia) y Asia Menor (a partir del siglo IV d.C.) ofrecen perspectivas adicionales sobre la evolución de la joyería en distintas partes del vasto territorio romano. Más allá de la arqueología, el arte romano, incluyendo la pintura y la escultura, también documenta visualmente cómo se llevaban las joyas y qué tipos eran populares. Finalmente, las fuentes literarias de autores como Plinio el Viejo en su enciclopédica "Historia Natural", Dión Casio o el poeta Ovidio, proporcionan descripciones, anécdotas e información sobre el simbolismo y las costumbres asociadas a la joyería.

Índice de Contenido

Materiales Preciados en la Orfebrería Romana

Los romanos emplearon una amplia gama de materiales para la creación de sus joyas, valorando no solo su belleza intrínseca sino, en el caso de las piedras, también por supuestas propiedades curativas o mágicas. Aunque la lista completa de materiales es extensa, podemos destacar los más frecuentemente utilizados:

Oro

El oro era, sin duda, el material más apreciado en la Antigüedad, y Roma no fue una excepción. Su valor intrínseco y su resistencia a la corrosión lo convertían en el metal ideal para objetos destinados a perdurar, ser heredados o reutilizados a lo largo de generaciones. Las principales fuentes de extracción de oro para el Imperio Romano se encontraban en diversas regiones, incluyendo los Balcanes, la actual Austria, Hispania (la Península Ibérica), Britania (Gran Bretaña) y Egipto. Inicialmente, durante los primeros tiempos de la República, el oro estaba reservado principalmente para premiar la virtus militar y para los adornos de estatus muy específicos. La joyería cotidiana de la mayoría de la población se limitaba a materiales menos costosos, como el hierro. Sin embargo, con la expansión del Imperio y el aumento de la disponibilidad de oro proveniente de las conquistas y la explotación de nuevas minas, se produjo un cambio significativo. El oro se volvió más accesible para las élites y, gradualmente, las joyas comenzaron a fabricarse predominantemente con este metal precioso, marcando una clara distinción social.

Plata

La plata también fue un material muy apreciado por los romanos. Sin embargo, debido a sus características químicas, los objetos de plata son menos propensos a conservarse intactos a lo largo de los siglos en comparación con el oro. Esta dificultad en la conservación arqueológica lleva a creer que las escasas evidencias de joyería de plata encontradas no reflejan una menor producción o uso en la Antigüedad, sino más bien la fragilidad del material frente al paso del tiempo y las condiciones del subsuelo. Las principales fuentes de extracción de plata para Roma se localizaban en Hispania, Cerdeña y, sobre todo, en Asia Menor, regiones ricas en yacimientos de este metal.

Perlas

Las perlas gozaban de una extraordinaria consideración en la sociedad romana y su demanda era notablemente alta. Existía una verdadera "industria" dedicada a su explotación, que abarcaba desde la recolección en mares y océanos hasta su complejo comercio a través de extensas redes que las llevaban hasta los centros urbanos del Imperio. Los artesanos especializados en trabajar con perlas eran conocidos como margaritarii, y su oficio estaba enteramente dedicado a la manipulación y engaste de estas preciosas gemas orgánicas. Las perlas eran utilizadas en una gran variedad de joyas, a menudo combinadas con metales preciosos para crear piezas de gran valor y belleza.

Piedras Preciosas y Semipreciosas

Como ya se ha mencionado, las piedras no solo eran valoradas por su belleza y capacidad decorativa, sino también por las propiedades mágicas o curativas que se les atribuían. Los romanos utilizaban una amplia variedad de gemas, tanto preciosas como semipreciosas. Entre las más empleadas se encontraban los diamantes, zafiros, topacios, aguamarinas, esmeraldas, ágatas, jaspes, cornalinas y muchas otras. Era una práctica muy común que estas piedras fueran talladas, y el arte de la talla de gemas, conocido como glíptica, alcanzó su mayor desarrollo y sofisticación en Roma. Los artesanos glípticos creaban intrincados camafeos (relieves sobre la piedra) e intaglios (grabados hundidos), que no solo adornaban joyas, sino que también servían como sellos o pequeños objetos de arte coleccionable.

La Joyería Masculina: El Poder y el Simbolismo del Anillo

Aunque los hombres romanos no llevaban la profusión de adornos personales que caracterizaba a las mujeres, había una joya que era fundamental en la vida masculina y que reflejaba de manera muy clara la clase social, el nivel económico y el estatus de su portador: el anillo. El uso del anillo por parte de los hombres romanos era una costumbre heredada del mundo etrusco, una civilización anterior que habitó la península itálica y que tuvo una notable influencia en las primeras etapas de Roma.

¿Qué técnicas utilizaron los romanos?
Las técnicas constructivas romanas destacaron por su ingeniería y habilidades arquitectónicas avanzadas. Entre las principales técnicas utilizadas se encuentran la construcción con opus caementicium, o concreto romano, una mezcla de mortero y piedra triturada que permitía la creación de estructuras sólidas y duraderas.

Inicialmente, durante la República temprana, los patricios ricos, miembros de la élite romana, llevaban en la mano derecha una sencilla sortija de hierro. El uso de anillos de oro estaba restringido y se reservaba para ciertas personalidades y magistraturas específicas como un signo de distinción. Por ejemplo, los enviados en una embajada al extranjero tenían el privilegio de llevar un anillo de oro como muestra de la dignidad que representaban. Con el tiempo, estas restricciones se fueron relajando gradualmente. Desde el año 321 a.C., los nobles con puestos oficiales importantes y sus descendientes masculinos obtuvieron el derecho de lucir el annulus aureus (anillo de oro). Posteriormente, en el año 216 a.C., este privilegio se extendió a la clase de los caballeros (equites), un orden social inmediatamente inferior a los senadores pero de gran importancia económica y militar.

La evolución en el uso del anillo de oro continuó. En tiempos de la Tercera Guerra Púnica (mediados del siglo II a.C.), los tribunos militares también adquirieron el derecho a llevarlo. Durante el Imperio, los emperadores concedieron el privilegio del anillo de oro a individuos por méritos o como parte de una política social. Augusto se lo concedió, según el historiador Dión Casio, al médico que logró curarlo de una enfermedad, y Tiberio lo otorgó a los ciudadanos libres que poseían una fortuna de al menos 400.000 sestercios, el censo mínimo para ser caballero.

Un hito importante en la democratización del anillo de oro ocurrió en el año 197 d.C., cuando el emperador Septimio Severo permitió que todos los soldados del ejército romano lo llevaran. Este acto marcó un punto de inflexión, ya que el anillo de oro dejó de ser exclusivamente un signo de mérito social o de pertenencia a una élite restringida. A finales del Imperio, la distinción se basaba más en la libertad que en el estatus social específico: todos los ciudadanos libres podían llevar un anillo de oro, los libertos (esclavos manumitidos) llevaban uno de plata, y los esclavos uno de hierro.

La función principal del anillo romano, especialmente aquellos adornados con una gema tallada (intaglio o camafeo), era la de sello. Se utilizaba para firmar y autentificar documentos oficiales y privados, imprimiendo la imagen grabada en cera o arcilla. Esta función práctica era fundamental en una sociedad donde la escritura y la propiedad de documentos eran importantes. Sin embargo, el anillo también podía tener usos más siniestros. Plinio el Viejo, en su "Historia Natural", documenta casos en los que el anillo servía como recipiente oculto para veneno, permitiendo al portador quitarse la vida o, de manera oportunista, la de otro. Plinio también nos ofrece detalles interesantes sobre las costumbres de llevar anillos en el siglo I a.C. Relata que al principio era usual llevar anillos solo en el cuarto dedo. Con el tiempo, se popularizó llevarlos también en el dedo meñique y en el segundo (índice), dejando a menudo libre solo el dedo medio. Algunas personas optaban por llevar todos sus anillos en el dedo meñique, mientras que otras reservaban un anillo específico en ese dedo para usarlo como sello, diferenciándolo de los demás adornos.

Los romanos adinerados que poseían múltiples anillos, a menudo con diferentes gemas o diseños, utilizaban cofres especiales para guardarlos, conocidos como dactyliothecae. Estos cofres podían albergar colecciones enteras de anillos, e incluso existían individuos tan opulentos que tenían juegos de anillos específicos para cada estación del año. En Roma, existían dactyliothecae tanto privados como públicos, donde se podían exhibir, por ejemplo, los camafeos traídos como botín de guerra de campañas en el extranjero. El gusto por los anillos adornados con gemas y camafeos era muy extendido, y se invertían inmensas fortunas en su creación y adquisición. Tanto hombres como mujeres cubrían sus dedos con anillos de esta clase, utilizándolos tanto como adorno personal como por su función de sello.

Además de ser un símbolo de estatus y una herramienta práctica, el anillo también tenía un significado sentimental. Al igual que en la actualidad, el anillo era un obsequio común entre enamorados, como bien recoge el poeta Ovidio en su obra "Amores", ilustrando su papel en las relaciones personales.

La Joyería Femenina: Un Despliegue de Adornos y Variedad

Las mujeres romanas eran las principales usuarias de joyas, y sus adornos reflejaban una gran variedad de estilos, materiales y tamaños. Sus colecciones no solo incluían piezas fabricadas por los orfebres romanos, sino también muchas joyas que provenían de intercambios comerciales con otras ciudades y regiones, o que llegaban a Roma como resultado de la expansión del Imperio. Podemos clasificar la joyería femenina en varios tipos principales:

Pendientes

Los pendientes eran extraordinariamente populares entre las mujeres romanas y se presentaban en una multitud de formas y diseños. Los modelos más comunes incluían aros sencillos o barras de las que colgaban diversos objetos, como gotas de metal o gemas, a menudo descritas como "lágrimas". La influencia de culturas como la egipcia se manifestaba en diseños más elaborados, que incorporaban motivos animales o humanos, incluyendo pequeños bustos o cabezas esculpidas en los extremos o como colgantes.

Monedas como Adorno

Una práctica interesante y distintiva de la joyería romana era el uso de monedas como elementos decorativos. Las monedas, especialmente aquellas con retratos imperiales o diseños significativos, eran empleadas de diversas maneras: como colgantes individuales, integradas en el diseño de pendientes, formando parte de anillos, o incrustadas en fíbulas (broches). La elección de la moneda a utilizar no era casual; dependía a menudo de su valor intrínseco, su antigüedad o el personaje representado, lo que confería a la joya una mayor importancia y, sin duda, marcaba el estatus y la índole social de su portadora.

Diademas

En comparación con otras culturas antiguas, las diademas no parecen haber sido un accesorio de uso cotidiano o vital para las mujeres romanas. Su uso era menos frecuente y quizás se reservaba para ceremonias especiales, eventos formales o para ser lucidas por miembros de la familia imperial. Las diademas romanas solían estar hechas de oro y a menudo presentaban motivos florares, geométricos o abstractos, elaborados mediante técnicas de grabado, repujado o engaste de gemas.

¿Qué es la orfebrería romana?
La joyería romana fue influenciada por las culturas etrusca, griega y egipcia, y esto se reflejaba en la diversidad de estilos y técnicas. Las joyas no eran solo adornos; tenían un gran significado social y cultural, y se usaban en ceremonias, como amuletos protectores y como símbolos de estatus.Jun 26, 2024

Brazaletes

Existía una gran variedad de brazaletes en el mundo romano. Eran populares los diseños con motivos animales, como serpientes enroscadas que simbolizaban la inmortalidad, a menudo con cabezas finamente detalladas en los extremos. Otros brazaletes presentaban nudos complejos, como el famoso nudo de Hércules, formado por dos cuerdas entrelazadas, que también se consideraba un amuleto protector. Además, muchos brazaletes estaban decorados con discos o placas incrustadas con diferentes piedras preciosas, creando un efecto visual rico y colorido.

Collares

Los collares romanos eran piezas de gran belleza y sofisticación. A menudo estaban decorados con una o varias piedras preciosas, siendo la esmeralda, con su intenso color verde, una de las gemas más apreciadas para este fin. La decoración podía extenderse a lo largo de toda la pieza o concentrarse en un colgante central o en secciones específicas. La cantidad y el tipo de colgantes variaban considerablemente. Las cadenas de los collares a menudo incorporaban elementos decorativos, como los nudos de Hércules, añadiendo simbolismo y complejidad al diseño.

Horquillas para el Cabello

Las romanas prestaban gran atención a su peinado y utilizaban una variedad de accesorios para adornar su cabello. Entre estos, destacaban las horquillas, que no solo cumplían una función práctica de sujeción, sino que también eran auténticas joyas. Se fabricaban en metales preciosos como oro, plata o bronce, y a menudo estaban rematadas con piedras preciosas o presentaban motivos decorativos, como flores, animales o pequeñas figuras humanas.

La Joyería Infantil: La Protección de la Bulla

La joyería en Roma no era exclusiva de los adultos. Los niños romanos también tenían su propio tipo de adorno, cargado de simbolismo y función protectora: la bulla. Pocos días después del nacimiento, transcurridos ocho días para las niñas y nueve para los niños, se celebraba la ceremonia de imposición del nombre. En este momento, al recién nacido se le colgaba al cuello una pequeña cápsula. Esta bulla tenía una forma cóncava y podía ser redonda, en forma de corazón o de luna creciente (esta última a menudo asociada a las niñas y a divinidades lunares). En el interior de la cápsula se colocaba alguna sustancia a la que se atribuían virtudes mágicas, destinada a ahuyentar el mal de ojo, proteger al niño de influencias negativas y evitar la envidia.

El origen de la bulla es objeto de debate, aunque personalidades de la antigüedad como Plutarco y Plinio el Viejo le atribuyen un origen etrusco. Plutarco se hace eco de una leyenda según la cual la valentía demostrada por Tarquinio Prisco (uno de los reyes etruscos de Roma) en su juventud le valió de su padre una bulla de oro como distinción honorífica, sugiriendo así su uso original como un reconocimiento al mérito o al linaje noble. Plinio también relaciona su origen con Tarquinio Prisco.

Inicialmente, el uso de la bulla era un privilegio reservado a los jóvenes patricios, es decir, los hijos de las familias nobles romanas, cuyos padres hubieran ocupado magistraturas importantes (curules). Sin embargo, con el tiempo, esta distinción se fue ampliando. Se cree que no fue hasta después de la Segunda Guerra Púnica cuando se permitió el uso de la bulla a todos los recién nacidos de origen libre, independientemente de si sus padres eran patricios o plebeyos. La bulla era considerada el primer regalo importante que un padre hacía a su hijo, y el niño la llevaba consigo de manera continua hasta que alcanzaba la mayoría de edad, tradicionalmente a los 17 años, momento en el que dejaba de usar la toga praetexta (la toga con borde púrpura asociada a los niños y magistrados) y se ponía la toga virilis (la toga blanca del ciudadano adulto), momento en el que también se desprendía de la bulla infantil.

El material con el que se fabricaba la bulla reflejaba el estatus social de la familia. Las bullae de oro estaban reservadas para los hijos de los patricios y, posteriormente, de las familias más ricas. Los hijos de los plebeyos o de libertos (esclavos liberados) llevaban bullae hechas de materiales menos costosos como plata, cobre, bronce e incluso, en los casos más humildes, de cuero. Las personas de muy baja condición económica, que no podían permitirse siquiera una bulla de cuero, se limitaban a llevar un simple nudo en el cinturón como un sustituto simbólico de este amuleto protector.

Estatus SocialMaterial de la BullaNotas
Hijos de PatriciosOroInicialmente exclusivo, luego para familias ricas.
Hijos de PlebeyosPlata, Cobre, BronceMateriales menos costosos que el oro.
Hijos de LibertosPlata, Cobre, BronceSimilar a los hijos de plebeyos.
Familias muy humildesCuero, o Nudo en el cinturónMateriales económicos o sustituto simbólico.

Preguntas Frecuentes sobre la Joyería Romana

¿Qué materiales eran los más comunes en la joyería romana?
Los materiales más utilizados y valorados eran el oro, la plata, las perlas y una gran variedad de piedras preciosas y semipreciosas como esmeraldas, zafiros, diamantes, ágatas, etc.
¿Qué significado tenía el anillo para los hombres romanos?
El anillo era el principal adorno masculino y un poderoso símbolo de estatus social, riqueza y ciudadanía. También funcionaba como sello para autentificar documentos y, en ocasiones, podía usarse para transportar veneno.
¿Las mujeres romanas usaban muchos adornos?
Sí, las mujeres romanas, especialmente las de la élite, eran conocidas por usar una gran cantidad y variedad de joyas, incluyendo pendientes, collares, brazaletes, diademas y adornos para el cabello.
¿Qué era la bulla infantil?
Era un amuleto protector en forma de cápsula que se colgaba al cuello de los niños romanos pocos días después de nacer. Contenía sustancias protectoras contra el mal de ojo y la envidia. Su material (oro, plata, bronce, cuero) indicaba el estatus social de la familia.
¿De dónde obtenían los romanos las gemas y metales preciosos?
Los obtenían de diversas minas y regiones dentro y fuera del Imperio, incluyendo Hispania, Britania, Egipto, los Balcanes, Asia Menor, Cerdeña, y a través de extensas redes comerciales.
¿Qué era la glíptica?
La glíptica era el arte de tallar gemas y piedras preciosas. Los romanos destacaron en esta técnica, creando intrincados camafeos e intaglios que se usaban en anillos, colgantes y como objetos de colección.

Conclusión

Aunque la joyería en el mundo romano pudo haber recibido una influencia considerable de las artes y tradiciones de otras civilizaciones, como la etrusca o la egipcia, es innegable que los romanos desarrollaron una profunda apreciación por el arte de la orfebrería y la platería. Lejos de ser un mero adorno, la joyería romana se convirtió en un elemento fundamental para expresar la identidad individual, el estatus social y la pertenencia a un determinado grupo dentro de la compleja jerarquía de la sociedad romana. Los artesanos orfebres, que en otras épocas pudieron haber permanecido en el anonimato, en Roma algunos alcanzaron gran fama, y sus creaciones se tornaron piezas esenciales en el guardarropa y el patrimonio de las élites y, en menor medida, de otros estratos sociales. Desde el simbólico anillo del ciudadano hasta la protectora bulla del niño o los deslumbrantes adornos de las matronas, la joyería romana nos ofrece una ventana fascinante a las costumbres, creencias y la incesante búsqueda del lujo y la distinción en la grandiosa historia de Roma.

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Alberto Calatrava

Nací en la Ciudad de Buenos Aires en 1956, en un entorno donde el arte y la artesanía se entrelazaban con la vida cotidiana. Mi viaje en la platería comenzó en el taller de Don Edgard Michaelsen, un maestro que me introdujo en las técnicas ancestrales de la platería hispanoamericana, herederas de siglos de tradición colonial. Allí, entre martillos y limaduras de plata, descubrí que el metal no era solo un material, sino un lenguaje capaz de expresar historias, culturas y emociones. Complemé mi formación como discípulo del maestro orfebre Emilio Patarca y del escultor Walter Gavito, quien me enseñó a ver la anatomía de las formas a través del dibujo y la escultura. Esta fusión entre orfebrería y escultura definió mi estilo: una búsqueda constante por capturar la esencia viva de la naturaleza en piezas funcionales, como sahumadores, mates o empuñaduras de bastones, donde animales como teros, mulitas o ciervos se convertían en protagonistas metálicos.Mis obras, forjadas en plata 925 y oro de 18 quilates, no solo habitan en colecciones privadas, sino que también forman parte del patrimonio del Museo Nacional de Arte Decorativo de Buenos Aires. Cada pieza nace de un proceso meticuloso: primero, estudiar las proporciones y movimientos del animal elegido; luego, modelar sus partes por separado —patas, cabeza, tronco— y finalmente unirlas mediante soldaduras invisibles, como si el metal respirara. Esta técnica, que combina precisión técnica y sensibilidad artística, me llevó a exponer en espacios emblemáticos como el Palais de Glace, el Museo Histórico del Norte en Salta y hasta en Miami, donde el arte argentino dialogó con coleccionistas internacionales.En 2002, decidí abrir las puertas de mi taller para enseñar este oficio, no como un mero conjunto de técnicas, sino como un legado cultural. Impartí seminarios en Potosí, Bolivia, y en Catamarca, donde colaboré con el Ministerio de Educación para formar a nuevos maestros plateros, asegurando que la tradición no se perdiera en la era industrial. Sin embargo, mi camino dio un giro inesperado al explorar el poder terapéutico del sonido. Inspirado por prácticas ancestrales del Himalaya, comencé a fabricar cuencos tibetanos y gongs usando una aleación de cobre y zinc, forjándolos a martillo con la misma dedicación que mis piezas de platería. Cada golpe, realizado con intención meditativa, no solo moldea el metal, sino que activa vibraciones capaces de inducir estados de calma profunda, una conexión entre el arte manual y la sanación espiritual.Hoy, desde mi taller Buda Orfebre, fusiono dos mundos: el de la platería criolla, arraigada en la identidad gaucha, y el de los instrumentos sonoros, que resonan como puentes hacia lo intangible. Creo que el arte no debe limitarse a lo estético; debe ser un vehículo para transformar, ya sea a través de un sahumador que evoca la Pampa o de un cuenco cuyas ondas acarician el alma. Mi vida, como mis obras, es un testimonio de que las manos, guiadas por pasión y conciencia, pueden convertir el metal en poesía y el sonido en medicina.

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