¿Cuál es el origen del nombre Argentina?

Argentina: El Origen de un Nombre de Plata

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El nombre de un país a menudo encierra siglos de historia, geografía y aspiraciones. En el caso de Argentina, su denominación nos transporta a la idea de un metal precioso, un río caudaloso y un largo proceso de construcción identitaria. Comprender por qué esta nación sudamericana lleva el nombre que la distingue implica sumergirse en viejos mapas, poemas fundacionales y debates políticos que, a lo largo del tiempo, fueron delineando su identidad.

La historia del nombre Argentina comienza, de forma documentada, en el siglo XVI, aunque su origen etimológico es mucho más antiguo. La raíz se encuentra en el latín, específicamente en la palabra argentum, que significa plata. Esta conexión con el metal precioso es fundamental para entender los primeros registros del nombre y su asociación con el territorio.

What plate boundary is Costa Rica on?
Costa Rica lies close to the intersection of four major tectonic plates, the Caribbean Plate, the South American Plate, the Cocos plate and the Nazca plate. Costa Rica also lies atop the Panama Plate, and adjacent to the Andes Plate, two smaller tectonic plates sandwiched between the larger ones mentioned.
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Raíces de Plata: Del Latín a los Primeros Mapas

La vinculación entre estas tierras y la plata se hizo evidente para los exploradores europeos. Aunque el metal no abundaba en la región del estuario, la ruta fluvial que se convirtió en el principal acceso al interior, y que eventualmente llevaba hacia las ricas minas de Potosí (en la actual Bolivia), era la del gran río que hoy conocemos como Río de la Plata. Los primeros navegantes y cartógrafos no tardaron en asociar la región con este metal. Así, encontramos registros tempranos que dan cuenta de esta relación.

Uno de los testimonios escritos más antiguos y significativos del nombre en referencia al territorio aparece en una pieza cartográfica del portugués Lopo Homen, fechada en 1554. En este mapa, se utiliza la expresión Terra Argentea, es decir, Tierra Plateada o Tierra de Plata, para referirse a la zona. Esto demuestra que, tempranamente, existía una conciencia y una denominación geográfica que conectaba la región con la idea de la plata, probablemente influenciada por el nombre del estuario y la expectativa (o la realidad de la ruta) de encontrar o transportar este metal.

La Literatura Fija un Nombre en el Imaginario

Si bien la cartografía y los testimonios de la época ya establecían una asociación entre el territorio y la plata a través del río, fue una obra literaria la que, a principios del siglo XVII, contribuyó de manera decisiva a fijar la denominación "Argentina" en el ámbito culto y erudito. En 1602, el clérigo y poeta extremeño Martín del Barco Centenera, quien formó parte de la expedición de Juan Ortiz de Zárate al Río de la Plata, publicó un extenso poema épico en diecisiete cantos titulado precisamente "Argentina y conquista del Río de la Plata, con otros acaecimientos de los reinos del Perú, Tucumán y estado del Brasil".

En el prólogo de su obra, Barco Centenera explica claramente la elección del título: "He escrito, pues, aunque en estilo poco pulido y menos limado, este libro, a quien intitulo y nombro Argentina, tomando el nombre del sujeto principal, que es el Río de la Plata." Con estas palabras, el autor no solo bautizaba su obra, sino que también le daba un nombre poético y culto a la región que, hasta entonces, era más conocida simplemente por su río principal o por la gobernación a la que pertenecía. La popularidad y difusión de este libro en los círculos letrados contribuyó a que el término "Argentina" comenzara a ser utilizado como sinónimo poético o culto de las tierras del Río de la Plata.

Esta tradición literaria se mantuvo viva a lo largo del tiempo. Años más tarde, durante el período revolucionario y la lucha por la independencia, el término siguió apareciendo en obras de importantes escritores y poetas. Por ejemplo, en 1801, Manuel José de Lavardén, en su "Oda al Majestuoso Río Paraná", alude a las "sencillas ninfas argentinas", utilizando el gentilicio derivado del nombre. Y de forma aún más significativa, Vicente López y Planes incluyó la arenga "A vosotros se atreve, Argentinos, el orgullo del vil invasor..." en una de las estrofas de la Marcha Patriótica, que fue adoptada por la Asamblea del Año XIII y que, con el tiempo, se convertiría en el Himno Nacional Argentino. Esto evidencia cómo el término "argentinos" ya resonaba como un elemento de identidad y llamado a la unidad entre los partidarios de la independencia, derivado del nombre poético y culto de su tierra.

El Nombre Más Usado: El Dominio del Río de la Plata

A pesar de la difusión del término "Argentina" en el ámbito literario y entre los patriotas, la designación más frecuente y oficial durante gran parte del período colonial y los primeros años post-revolucionarios siguió siendo la del "Río de la Plata". Esta denominación estaba fuertemente arraigada por su asociación con el Virreinato del Río de la Plata, creado en 1776, cuya capital era Buenos Aires. El Virreinato era la puerta de entrada y salida de un vasto territorio, y su nombre estaba intrínsecamente ligado a la ruta fluvial que, como ya se mencionó, era la vía obligada para el transporte de la plata extraída del Potosí hacia los puertos de embarque rumbo a España.

Así, mientras "Argentina" era un nombre con connotaciones cultas, literarias y un naciente sentimiento identitario entre algunos sectores, "Río de la Plata" era la denominación administrativa, geográfica y comercial más establecida y reconocida tanto local como internacionalmente. Esta dualidad de nombres reflejaba, en cierta medida, las tensiones entre la tradición colonial y las nuevas aspiraciones de una identidad propia.

La Búsqueda de una Denominación Oficial: Entre la Política y la Identidad

Con la independencia y la organización del nuevo Estado, surgió la necesidad de adoptar una denominación oficial para el país. Este proceso no fue lineal y estuvo marcado por los vaivenes políticos de la época, especialmente la lucha entre unitarios y federales.

Un primer intento de oficializar el nombre "Argentina" tuvo lugar en 1826. Un Congreso General Constituyente reunido en Buenos Aires sancionó una Constitución que, aunque tuvo una vida efímera debido al contexto de guerra civil, oficializaba el nombre de Nación Argentina. Sin embargo, esta denominación no logró imponerse de manera definitiva en ese momento. Estaba demasiado vinculada a la supremacía política de Buenos Aires, lo que generaba resistencia en las provincias que defendían un modelo federal y preferían otras denominaciones que percibían como más inclusivas o tradicionales.

Durante este período de inestabilidad y conflicto, convivieron diversas designaciones para referirse al conjunto de provincias que buscaban organizarse como un país. Era común encontrar referencias a las Provincias Unidas del Río de la Plata (nombre que recordaba los primeros años de la revolución y la unidad de las provincias del antiguo virreinato) y a la Confederación Argentina (una denominación que ganaría fuerza en el ámbito federal). La elección de un nombre u otro a menudo reflejaba el ideario político de quien lo utilizaba.

La Consagración en la Constitución y el Acto Final

El proceso de unificación y consolidación nacional avanzó, y con él, la necesidad de definir una denominación que representara a la totalidad del territorio y su gobierno. Un paso crucial se dio con la promulgación de la Constitución Nacional sancionada en 1853. Este texto fundacional, que sentó las bases de la organización del Estado argentino, incluyó en su articulado una previsión respecto a los nombres oficiales del país. El Artículo 35 de la Constitución establecía lo siguiente:

Las denominaciones adoptadas sucesivamente desde 1810 hasta el presente, a saber: Provincias Unidas del Río de la Plata; República Argentina; Confederación Argentina, serán en adelante nombres oficiales indistintamente para la designación del gobierno y territorio de las provincias, empleándose las palabras "Nación Argentina" en la formación y sanción de las leyes.

Este artículo reconocía la historia nominal del país y permitía el uso de varias denominaciones de forma oficial. Sin embargo, la coexistencia de múltiples nombres, aunque legal, generaba inconvenientes prácticos, especialmente en los actos administrativos y las relaciones exteriores. Era necesario unificar la denominación para dar claridad y coherencia.

La decisión final para fijar un nombre único y definitivo llegó unos años después. El 8 de octubre de 1860, el entonces presidente Santiago Derqui, mediante un decreto, resolvió esta cuestión. Considerando la necesidad de uniformar la denominación en los actos públicos del gobierno, Derqui dispuso que:

El gobierno ha venido en acordar que para todos estos actos se use la denominación de República Argentina.

Este decreto presidencial, basado en la facultad que le otorgaba la Constitución de 1853 para la designación del gobierno y territorio, estableció formalmente "República Argentina" como el nombre oficial y excluyente para los actos de gobierno y la identificación del país en general. Esta fue la culminación de un largo proceso histórico, que unió la antigua referencia a la plata del estuario con las aspiraciones republicanas y unitarias del Estado en formación.

Nombres de Argentina a lo Largo del Tiempo

NombreContexto Histórico/Uso
Terra ArgenteaCartografía europea temprana (ej. 1554)
ArgentinaUso literario y culto (ej. poema de Barco Centenera, 1602), término asociado a patriotas
Río de la PlataNombre del estuario, asociado al Virreinato y ruta comercial
Provincias Unidas del Río de la PlataPrimeros años post-revolucionarios, coexistencia con otros nombres
Nación ArgentinaIntento de oficialización (Constitución de 1826), coexistencia, uso para leyes (Constitución de 1853)
Confederación ArgentinaUso político, coexistencia con otros nombres
República ArgentinaIncluido en la Constitución de 1853, fijado como nombre oficial definitivo por decreto en 1860

Preguntas Frecuentes Sobre el Nombre de Argentina

¿De dónde proviene la palabra "Argentina"?

La palabra "Argentina" proviene del latín argentum, que significa plata.

¿Quién usó el nombre "Argentina" por primera vez en un libro?

El nombre "Argentina" fue utilizado por primera vez como título de un libro por Martín del Barco Centenera en su poema publicado en 1602, refiriéndose a las tierras del Río de la Plata.

¿Por qué se asoció el nombre a la plata?

La asociación se debe al nombre del Río de la Plata, el principal acceso fluvial al territorio, que era una ruta importante (o se creyó que lo sería) para el transporte de la plata extraída de las minas del Potosí.

¿Cuándo se convirtió "República Argentina" en el nombre oficial?

Aunque fue incluida entre los nombres oficiales en la Constitución de 1853, la denominación "República Argentina" fue fijada como el nombre oficial y excluyente para los actos de gobierno por decreto del presidente Santiago Derqui el 8 de octubre de 1860.

De este proceso histórico y de la oficialización del nombre "República Argentina" deriva el gentilicio "argentino" con el cual se identifica a los habitantes de esta nación, así como a su territorio en el extremo meridional del continente americano.

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Alberto Calatrava

Nací en la Ciudad de Buenos Aires en 1956, en un entorno donde el arte y la artesanía se entrelazaban con la vida cotidiana. Mi viaje en la platería comenzó en el taller de Don Edgard Michaelsen, un maestro que me introdujo en las técnicas ancestrales de la platería hispanoamericana, herederas de siglos de tradición colonial. Allí, entre martillos y limaduras de plata, descubrí que el metal no era solo un material, sino un lenguaje capaz de expresar historias, culturas y emociones. Complemé mi formación como discípulo del maestro orfebre Emilio Patarca y del escultor Walter Gavito, quien me enseñó a ver la anatomía de las formas a través del dibujo y la escultura. Esta fusión entre orfebrería y escultura definió mi estilo: una búsqueda constante por capturar la esencia viva de la naturaleza en piezas funcionales, como sahumadores, mates o empuñaduras de bastones, donde animales como teros, mulitas o ciervos se convertían en protagonistas metálicos.Mis obras, forjadas en plata 925 y oro de 18 quilates, no solo habitan en colecciones privadas, sino que también forman parte del patrimonio del Museo Nacional de Arte Decorativo de Buenos Aires. Cada pieza nace de un proceso meticuloso: primero, estudiar las proporciones y movimientos del animal elegido; luego, modelar sus partes por separado —patas, cabeza, tronco— y finalmente unirlas mediante soldaduras invisibles, como si el metal respirara. Esta técnica, que combina precisión técnica y sensibilidad artística, me llevó a exponer en espacios emblemáticos como el Palais de Glace, el Museo Histórico del Norte en Salta y hasta en Miami, donde el arte argentino dialogó con coleccionistas internacionales.En 2002, decidí abrir las puertas de mi taller para enseñar este oficio, no como un mero conjunto de técnicas, sino como un legado cultural. Impartí seminarios en Potosí, Bolivia, y en Catamarca, donde colaboré con el Ministerio de Educación para formar a nuevos maestros plateros, asegurando que la tradición no se perdiera en la era industrial. Sin embargo, mi camino dio un giro inesperado al explorar el poder terapéutico del sonido. Inspirado por prácticas ancestrales del Himalaya, comencé a fabricar cuencos tibetanos y gongs usando una aleación de cobre y zinc, forjándolos a martillo con la misma dedicación que mis piezas de platería. Cada golpe, realizado con intención meditativa, no solo moldea el metal, sino que activa vibraciones capaces de inducir estados de calma profunda, una conexión entre el arte manual y la sanación espiritual.Hoy, desde mi taller Buda Orfebre, fusiono dos mundos: el de la platería criolla, arraigada en la identidad gaucha, y el de los instrumentos sonoros, que resonan como puentes hacia lo intangible. Creo que el arte no debe limitarse a lo estético; debe ser un vehículo para transformar, ya sea a través de un sahumador que evoca la Pampa o de un cuenco cuyas ondas acarician el alma. Mi vida, como mis obras, es un testimonio de que las manos, guiadas por pasión y conciencia, pueden convertir el metal en poesía y el sonido en medicina.

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