¿Quién fue el primer joyero del mundo?

Mellerio: La Joyería Más Antigua del Mundo

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Intentar determinar quién fue el primer joyero de la historia es una tarea tan antigua como la propia humanidad y, en esencia, imposible de responder con certeza. Desde los albores de nuestra existencia, los seres humanos hemos sentido la necesidad de adornarnos, de crear objetos que trasciendan la mera utilidad para convertirse en símbolos de estatus, belleza o conexión espiritual. Los accesorios decorativos del paleolítico, que hoy admiramos en museos, son testimonio de esta pulsión ancestral, ejerciendo un embrujo particular al conectarnos con nuestros orígenes más remotos. En algún punto de esta larga evolución, la creación de estos elementos se profesionalizó, dando lugar al oficio de joyero. Sin embargo, el momento exacto de esta transición y la identidad del pionero se pierden en la noche de los tiempos.

¿Qué es el arte de la platería?
Se denomina platería el trabajo artesanal de la plata con fines ornamentales. Jarra de plata. La función principal de la platería es decorar casas, tanto sagrados como profanos y de las habitaciones particulares, especialmente en los momentos de solemnidad y recepción.

Pero si bien no podemos nombrar al primer joyero, sí podemos señalar a la casa joyera más antigua del mundo de la que se tiene conocimiento documentado y continuo. Este honor recae en una prestigiosa firma parisina: Mellerio dits Meller. Con varios siglos de existencia y más de doce generaciones de la misma familia dedicadas al arte de la orfebrería, su historia es un fascinante relato que entrelaza el ingenio artesanal con los vaivenes de la historia europea.

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De los Alpes Italianos a la Corte Francesa

La saga de Mellerio no comenzó en las elegantes calles de París, sino en la pintoresca villa de Craveggia, cerca del Lago Maggiore, en Italia, durante el siglo XVI. Era una época de gran movilidad, donde muchas familias italianas, buscando nuevas oportunidades, emigraban temporalmente a Francia y Alemania. Entre ellas se encontraba la familia Mellerio, cuyos miembros se dedicaban a oficios modestos como el deshollinado, complementándolo con la venta de pequeños adornos elaborados con materiales sencillos. Esta dualidad entre la necesidad y el incipiente arte decorativo marcó sus inicios.

Con el tiempo, la familia Mellerio logró establecerse en Francia, integrándose en la comunidad italiana de París. En 1613, Jean-Marie Mellerio ya ocupaba un puesto en el consejo de esta comunidad. Fue en ese año cuando un evento fortuito y de gran trascendencia cambiaría el destino de la familia para siempre. Un deshollinador italiano, mientras trabajaba en el Palacio del Louvre, escuchó casualmente una conspiración para asesinar al joven rey Luis XIII. Al enterarse del grave complot, el consejo lombardo, liderado por Jean-Marie Mellerio, actuó con presteza. Mellerio no dudó en contactar directamente a María de Médici, la reina madre y regente, quien también era de origen italiano. La información llegó justo a tiempo, permitiendo desvelar el atentado y salvar la vida del monarca.

La gratitud de María de Médici hacia los inmigrantes lombardos, y en particular hacia los Mellerio por su crucial intervención, fue inmensa. En agradecimiento, concedió a la familia un privilegio real sin precedentes: el derecho exclusivo de vender objetos de cristal y otras piezas decorativas de valor en todo el territorio francés, bajo la protección directa del rey. Este fue el punto de inflexión, el inicio oficial de la casa que hoy conocemos como Mellerio dits Meller, cuyo nombre literal significa ‘Mellerio dicho Meller’, una designación que se mantuvo a través de las generaciones.

Consolidación y Reputación de Excelencia

El privilegio real otorgado en 1613 no fue un hecho aislado. La calidad excepcional de los productos y la probada lealtad de la familia Mellerio llevaron a su renovación en 1645, 1716 y 1756, consolidando su posición en el mercado francés de objetos de valor y, progresivamente, en el mundo de la alta joyería. Su lema, “Bene Agendo No Timeas” (Actuando bien no hay nada que temer), reflejaba los sólidos principios que guiaban a la familia. Estos pilares se basaban en el respeto a las tradiciones, la importancia de la familia, una profunda fe religiosa y la defensa de Francia, sin olvidar nunca sus raíces italianas. Esta combinación de valores les proporcionó una notable independencia y resiliencia frente a los turbulentos cambios políticos y económicos que caracterizarían la historia de Francia en los siglos venideros.

La historia de Mellerio está salpicada de miembros ilustres que contribuyeron a forjar su legado. Uno de los más destacados fue Francois Mellerio (1772-1843). Su visión y habilidad comercial lo llevaron a ser nombrado caballero por el Emperador de Austria, y transformó la empresa familiar en sinónimo de calidad suprema y lujo extremo en toda Europa. La lista de sus clientes da cuenta de su prestigio: desde la icónica María Antonieta hasta las reinas de Bélgica, Suecia y Gran Bretaña, pasando por la emperatriz Josefina, Charles Maurice de Talleyrand, y una vasta clientela de la aristocracia rusa, alemana e italiana. Junto a su hermano Jean-Jacques, Francois demostró una inteligencia comercial excepcional que les permitió navegar y sobrevivir indemnes a algunos de los momentos más convulsos de la historia de Francia para un joyero: la Revolución de 1789, la Monarquía de Julio y los Cien Días. A su muerte, sus hijos, Jean-Francois y Antoine, heredaron una compañía que ya era una de las joyerías más afamadas del continente. Su sede en el número 9 de la Rue de la Paix en París se convirtió en una parada obligatoria para cualquier visitante de la capital francesa, ya fuera para admirar las creaciones o, si el presupuesto lo permitía, para adquirir alguna pieza única.

Expansión Internacional y Creaciones Emblemáticas

Los sucesores de Francois Mellerio continuaron la tradición de excelencia y jugaron un papel fundamental en la organización del gremio de joyeros franceses, contribuyendo a establecer estándares de calidad y ética en el oficio. Además, esta época fue propicia para su negocio, ya que se revalorizaron enormemente las joyas creadas antes de la Revolución Francesa, un nicho en el que Mellerio tenía una vasta experiencia y un archivo histórico incomparable.

La expansión internacional fue un paso natural para una casa con tal reputación. En 1850, Mellerio abrió una sucursal en Madrid, iniciando un camino que llevaría a la empresa a establecerse en diversas ciudades del mundo. La relación con la corte española fue particularmente fructífera, dando lugar a la creación de varias obras maestras. Entre ellas destaca la magnífica tiara de diamantes en forma de conchas y perlas, encargada para la infanta Isabel. Esta pieza, de inestimable valor histórico y artístico, forma parte de las joyas de la corona española y ha sido lucida en diversas ocasiones por la Reina Sofía.

De la misma época data la célebre diadema Mellerio, que adornó a la reina Margarita Teresa de Saboya en su boda con el príncipe Humberto de Italia. Esta diadema es considerada una de las piezas más emblemáticas del estilo naturalista en boga en aquellos años, una verdadera exaltación poética de las formas orgánicas y la belleza de la naturaleza plasmada en metales preciosos y gemas.

A finales del siglo XIX, la casa real holandesa se sumó a la distinguida clientela de Mellerio, encargando también joyas fastuosas. En la Navidad de 1888, el rey Guillermo III regaló a su esposa, la reina Emma, un fabuloso set de piedras preciosas compuesto por 36 rubíes, que incluye la famosa Tiara de Rubíes. Esta imponente tiara, junto con el set completo, es una de las piezas más significativas de la colección de la corona holandesa y es lucida en ocasiones excepcionales por la Reina Máxima.

El Legado Continuo en el Siglo XXI

Ya en el siglo XX, bajo la dirección de Charles Mellerio, la empresa amplió su alcance, involucrándose en la creación de importantes trofeos deportivos que hoy son iconos mundiales. Piezas como la copa de Roland Garros, la mítica Copa de los Mosqueteros (trofeo del campeonato masculino de dobles de Roland Garros) o el prestigioso Balón de Oro, que reconoce al mejor futbolista del mundo, son testimonios de la versatilidad y el maestría de Mellerio, llevando su arte más allá del ámbito exclusivo de la realeza y la aristocracia.

Recientemente, celebrando su impresionante 400 aniversario, la firma rindió homenaje a su primera gran cliente y benefactora, la reina María de Médici. Para esta ocasión especial, se creó una colección de alta joyería diseñada por la reconocida artista canadiense Edéenne. La colección incluyó dos collares y un par de pendientes: el collar Dentelles de Lys, protagonizado por un deslumbrante diamante amarillo; el collar Éclats de Lys, una pieza versátil que puede usarse de ocho formas diferentes, incluso como brazalete; y los pendientes a juego con el primer collar. Cada pieza de esta colección conmemorativa encapsula siglos de tradición y la continua búsqueda de la innovación y la belleza que caracteriza a Mellerio.

Para acompañ esta celebración, la empresa publicó un catálogo extraordinario que recopila maravillosos dibujos y diseños de las diversas épocas de la joyería Mellerio dits Meller. Para quienes amamos las joyas, su historia y el arte de la orfebrería, este catálogo es un objeto de deseo absoluto, un tesoro que permite adentrarse en el legado de la casa joyera más antigua del mundo.

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Alberto Calatrava

Nací en la Ciudad de Buenos Aires en 1956, en un entorno donde el arte y la artesanía se entrelazaban con la vida cotidiana. Mi viaje en la platería comenzó en el taller de Don Edgard Michaelsen, un maestro que me introdujo en las técnicas ancestrales de la platería hispanoamericana, herederas de siglos de tradición colonial. Allí, entre martillos y limaduras de plata, descubrí que el metal no era solo un material, sino un lenguaje capaz de expresar historias, culturas y emociones. Complemé mi formación como discípulo del maestro orfebre Emilio Patarca y del escultor Walter Gavito, quien me enseñó a ver la anatomía de las formas a través del dibujo y la escultura. Esta fusión entre orfebrería y escultura definió mi estilo: una búsqueda constante por capturar la esencia viva de la naturaleza en piezas funcionales, como sahumadores, mates o empuñaduras de bastones, donde animales como teros, mulitas o ciervos se convertían en protagonistas metálicos.Mis obras, forjadas en plata 925 y oro de 18 quilates, no solo habitan en colecciones privadas, sino que también forman parte del patrimonio del Museo Nacional de Arte Decorativo de Buenos Aires. Cada pieza nace de un proceso meticuloso: primero, estudiar las proporciones y movimientos del animal elegido; luego, modelar sus partes por separado —patas, cabeza, tronco— y finalmente unirlas mediante soldaduras invisibles, como si el metal respirara. Esta técnica, que combina precisión técnica y sensibilidad artística, me llevó a exponer en espacios emblemáticos como el Palais de Glace, el Museo Histórico del Norte en Salta y hasta en Miami, donde el arte argentino dialogó con coleccionistas internacionales.En 2002, decidí abrir las puertas de mi taller para enseñar este oficio, no como un mero conjunto de técnicas, sino como un legado cultural. Impartí seminarios en Potosí, Bolivia, y en Catamarca, donde colaboré con el Ministerio de Educación para formar a nuevos maestros plateros, asegurando que la tradición no se perdiera en la era industrial. Sin embargo, mi camino dio un giro inesperado al explorar el poder terapéutico del sonido. Inspirado por prácticas ancestrales del Himalaya, comencé a fabricar cuencos tibetanos y gongs usando una aleación de cobre y zinc, forjándolos a martillo con la misma dedicación que mis piezas de platería. Cada golpe, realizado con intención meditativa, no solo moldea el metal, sino que activa vibraciones capaces de inducir estados de calma profunda, una conexión entre el arte manual y la sanación espiritual.Hoy, desde mi taller Buda Orfebre, fusiono dos mundos: el de la platería criolla, arraigada en la identidad gaucha, y el de los instrumentos sonoros, que resonan como puentes hacia lo intangible. Creo que el arte no debe limitarse a lo estético; debe ser un vehículo para transformar, ya sea a través de un sahumador que evoca la Pampa o de un cuenco cuyas ondas acarician el alma. Mi vida, como mis obras, es un testimonio de que las manos, guiadas por pasión y conciencia, pueden convertir el metal en poesía y el sonido en medicina.

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