¿Cómo era el hogar en la época colonial?

El Hogar Colonial: Platería y Estatus

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El hogar en la época colonial, particularmente en América Latina, era mucho más que un simple refugio. Era un espacio que reflejaba la estructura social, las costumbres, las creencias y, de manera muy notoria, el estatus económico de sus habitantes. Desde las imponentes mansiones de la élite criolla y peninsular hasta las modestas viviendas de los estratos populares, cada casa contaba una historia. Y en esa historia, los objetos de valor, especialmente aquellos elaborados en plata y oro, desempeñaban un papel central, no solo por su utilidad o belleza, sino como símbolos inequívocos de poder y distinción.

¿Qué es el arte de la platería?
Se denomina platería el trabajo artesanal de la plata con fines ornamentales. Jarra de plata. La función principal de la platería es decorar casas, tanto sagrados como profanos y de las habitaciones particulares, especialmente en los momentos de solemnidad y recepción.

Las diferencias entre un hogar rico y uno pobre eran abismales. Mientras que las clases bajas habitaban en casas sencillas, a menudo con pocos muebles y enseres básicos, las familias adineradas residían en grandes casonas con múltiples habitaciones, patios interiores y una abundancia de posesiones, entre las que destacaban de forma prominente los objetos de plata y joyas.

Índice de Contenido

La Estructura y los Materiales de la Casa Colonial

La arquitectura colonial variaba según la región y el clima, pero compartía ciertos elementos. En zonas cálidas, predominaban los patios interiores que servían como pulmón de la casa y distribuidor de los espacios. Los materiales comunes eran el adobe, la piedra, la madera y las tejas de barro. Las casas más modestas solían tener una o dos habitaciones principales, mientras que las grandes residencias contaban con sala de recibimiento, comedor, varios dormitorios, cocina, despensa, capilla privada y áreas de servicio.

Incluso los elementos arquitectónicos podían denotar estatus. Una fachada imponente, un portal labrado en piedra o madera fina, o balcones elaborados eran señales de riqueza. Dentro, los pisos podían ser de tierra apisonada en las casas humildes, o de ladrillo, baldosas de barro cocido, e incluso mármol o maderas nobles en las de la élite. Las paredes, en las casas ricas, solían estar blanqueadas con cal o incluso decoradas con frescos, tapices o telas lujosas.

El Mobiliario y la Decoración: Más Allá de lo Funcional

El mobiliario colonial combinaba influencias europeas con adaptaciones locales. Eran comunes los grandes baúles o arcas para guardar ropa y objetos de valor, mesas robustas, sillas de madera con asientos de cuero o tela, y camas con dosel. Sin embargo, lo que realmente diferenciaba un hogar humilde de uno opulento era la cantidad y calidad de los objetos decorativos y utilitarios.

Aquí es donde la platería brillaba con luz propia. La plata, abundante en muchas colonias americanas, se convirtió en el metal predilecto para la elaboración de una vasta gama de objetos. No se limitaba a simples utensilios; cada pieza era una obra de arte que demostraba la habilidad del platero. Candelabros, espejos con marcos repujados, bandejas ceremoniales, cajas para rapé o joyas, y un sinfín de adornos que se exhibían en mesas, aparadores y repisas.

La decoración también incluía pinturas religiosas o retratos familiares, imaginería religiosa (a menudo con detalles en plata o oro), y textiles finos como cortinas, manteles y tapetes. Pero la presencia de objetos de metales preciosos era la señal más clara de opulencia y buen gusto.

La Platería en la Vida Cotidiana Colonial

La plata no era solo decorativa; tenía un uso intensivo en la vida diaria de las clases altas. La mesa era un escenario donde la platería adquiría un protagonismo especial. Vajillas completas de plata –platos, fuentes, cubiertos (cucharas, tenedores y cuchillos, aunque el tenedor se popularizó gradualmente)– eran indispensables en cualquier banquete o comida formal. Estos conjuntos no solo servían para comer, sino que impresionaban a los invitados y confirmaban la posición social del anfitrión.

Además de la mesa, la platería se encontraba en otros ámbitos: aguamaniles y jofainas para el aseo personal, mates y bombillas elaborados, incensarios para la capilla privada, marcos de cuadros o espejos, e incluso objetos de uso práctico como candados o pestillos elaborados. Cada pieza, desde el más simple tenedor hasta una elaborada bandeja, era cuidadosamente trabajada, a menudo con intrincados repujados, cincelados o grabados que seguían los estilos europeos de la época, como el Barroco o el Neoclasicismo, pero con toques distintivos de la artesanía local.

Joyas y Adornos Personales: El Brillo del Individuo

Si la platería adornaba el hogar, la joyería embellecía a sus habitantes, especialmente a las mujeres de la élite. Las joyas no eran meros accesorios de moda; eran símbolos de estatus, riqueza heredada, alianzas familiares (a través de dotes) y devoción religiosa.

Los tipos de joyas incluían grandes colgantes, a menudo con motivos religiosos o heráldicos, elaborados pendientes que podían ser muy grandes y pesados, anillos con piedras preciosas o esmaltes, broches para sujetar la ropa o el cabello, y peinetas ornamentadas. Los materiales más comunes eran el oro, la plata, las perlas (muy valoradas, especialmente las procedentes de las costas americanas), esmeraldas, diamantes y otras piedras preciosas traídas de Europa o extraídas localmente.

La forma en que se usaban las joyas también era significativa. Una mujer de alta sociedad se presentaba adornada con múltiples piezas, exhibiendo así la prosperidad de su familia. Las joyas se heredaban de generación en generación, aumentando su valor sentimental e histórico. Los hombres también usaban joyas, aunque en menor cantidad: anillos, hebillas de cinturón elaboradas y, en algunos casos, colgantes o relojes de bolsillo.

El Hogar Colonial como Reflejo del Estatus Social

La posesión de objetos de plata y oro era un indicador primario de riqueza y estatus en la sociedad colonial. En una época donde el dinero en efectivo no siempre era abundante, los objetos de metales preciosos representaban una forma tangible y duradera de riqueza. Eran una inversión, un símbolo de prestigio y, en caso de necesidad, podían ser fundidos o vendidos.

Un hogar con abundante platería y joyas proclamaba a gritos la posición de su dueño en la jerarquía social. Las visitas sociales, los banquetes y las celebraciones familiares eran ocasiones para exhibir estas posesiones. La calidad y cantidad de las piezas, el brillo de la plata pulida y el resplandor de las joyas enmarcaban la vida de la élite colonial, diferenciándola radicalmente de la vida más austera de las clases trabajadoras y los grupos marginados, cuyas casas carecían de estos lujos.

Orígenes y Adquisición de Objetos Preciosos

Los objetos de plata y oro llegaban a los hogares coloniales por diversas vías. Muchos eran importados directamente de Europa, siguiendo las modas y estilos de la corte. Sin embargo, la floreciente producción de plata en América dio lugar a una importante industria local de orfebrería y platería.

Los talleres de plateros y joyeros se establecieron en las principales ciudades coloniales. Estos artesanos, a menudo de gran habilidad, trabajaban la plata extraída de las minas americanas, creando piezas que combinaban las técnicas europeas con motivos y estilos propios. La demanda era alta entre la élite, asegurando el sustento y la reputación de los maestros artesanos. Encargaban piezas a medida, reparaban o modificaban objetos antiguos, y creaban nuevas joyas y enseres que se convertían en el orgullo de sus dueños.

Tabla Comparativa: Posesiones en Hogares Coloniales

CaracterísticaHogar RicoHogar Humilde
Materiales de ConstrucciónPiedra, adobe, madera fina, tejasAdobe, madera rústica, paja o tejas simples
EspacioVarias habitaciones, patios, capilla privadaUna o dos habitaciones
MobiliarioAmplio y variado (arcas, mesas grandes, camas con dosel)Escaso y funcional (banco, mesa simple, jergón)
Platería y Metales PreciososAbundante (vajillas completas, candelabros, bandejas, marcos, objetos decorativos)Muy escaso o inexistente (quizás un pequeño crucifijo o un anillo sencillo)
Joyas PersonalesNumerosas y valiosas (oro, perlas, esmeraldas)Muy pocas o ninguna, de materiales económicos
DecoraciónPinturas, tapices, espejos elaborados, imaginería religiosa ricaSimple (quizás alguna estampa religiosa)
ServidumbrePresente (esclavos, sirvientes)Ausente

Preguntas Frecuentes sobre el Hogar Colonial y sus Objetos

¿Era común tener vajillas de plata en todas las casas coloniales?
No, las vajillas completas de plata eran un lujo exclusivo de las familias más ricas. La mayoría de la población utilizaba vajilla de cerámica, barro o madera.

¿Las joyas eran solo para las mujeres?
Aunque las mujeres usaban más variedad y cantidad de joyas, los hombres también portaban piezas como anillos, hebillas y, en algunos casos, colgantes o relojes de bolsillo.

¿De dónde provenía la plata para la platería colonial?
Principalmente de las ricas minas de plata en América, como Potosí (actual Bolivia), Zacatecas (México) y otras regiones. Esta plata era trabajada por artesanos locales o enviada a Europa.

¿Se heredaban los objetos de plata y las joyas?
Sí, era muy común que estos objetos de valor pasaran de una generación a otra, formando parte del patrimonio familiar y acumulando valor histórico y sentimental.

¿Había plateros y joyeros en todas las ciudades coloniales?
Los talleres más importantes se concentraban en las principales ciudades y centros administrativos. En lugares más pequeños, la gente dependía de comerciantes itinerantes o encargaba piezas a los talleres de las ciudades cercanas.

Conclusión

El hogar colonial era un espacio complejo que reflejaba las profundas divisiones sociales de la época. Si bien la estructura básica y los materiales variaban, era la presencia y el tipo de posesiones, especialmente aquellas elaboradas en plata y oro, lo que marcaba la diferencia fundamental. La platería y la joyería no eran solo objetos de uso o adorno; eran símbolos de poder, marcadores de identidad y testamentos materiales de la riqueza y el estatus de las familias coloniales. Estudiar los enseres y adornos de estos hogares nos permite vislumbrar la vida cotidiana, las aspiraciones y la jerarquía de una sociedad donde el brillo de los metales nobles era un lenguaje universal de prestigio.

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Alberto Calatrava

Nací en la Ciudad de Buenos Aires en 1956, en un entorno donde el arte y la artesanía se entrelazaban con la vida cotidiana. Mi viaje en la platería comenzó en el taller de Don Edgard Michaelsen, un maestro que me introdujo en las técnicas ancestrales de la platería hispanoamericana, herederas de siglos de tradición colonial. Allí, entre martillos y limaduras de plata, descubrí que el metal no era solo un material, sino un lenguaje capaz de expresar historias, culturas y emociones. Complemé mi formación como discípulo del maestro orfebre Emilio Patarca y del escultor Walter Gavito, quien me enseñó a ver la anatomía de las formas a través del dibujo y la escultura. Esta fusión entre orfebrería y escultura definió mi estilo: una búsqueda constante por capturar la esencia viva de la naturaleza en piezas funcionales, como sahumadores, mates o empuñaduras de bastones, donde animales como teros, mulitas o ciervos se convertían en protagonistas metálicos.Mis obras, forjadas en plata 925 y oro de 18 quilates, no solo habitan en colecciones privadas, sino que también forman parte del patrimonio del Museo Nacional de Arte Decorativo de Buenos Aires. Cada pieza nace de un proceso meticuloso: primero, estudiar las proporciones y movimientos del animal elegido; luego, modelar sus partes por separado —patas, cabeza, tronco— y finalmente unirlas mediante soldaduras invisibles, como si el metal respirara. Esta técnica, que combina precisión técnica y sensibilidad artística, me llevó a exponer en espacios emblemáticos como el Palais de Glace, el Museo Histórico del Norte en Salta y hasta en Miami, donde el arte argentino dialogó con coleccionistas internacionales.En 2002, decidí abrir las puertas de mi taller para enseñar este oficio, no como un mero conjunto de técnicas, sino como un legado cultural. Impartí seminarios en Potosí, Bolivia, y en Catamarca, donde colaboré con el Ministerio de Educación para formar a nuevos maestros plateros, asegurando que la tradición no se perdiera en la era industrial. Sin embargo, mi camino dio un giro inesperado al explorar el poder terapéutico del sonido. Inspirado por prácticas ancestrales del Himalaya, comencé a fabricar cuencos tibetanos y gongs usando una aleación de cobre y zinc, forjándolos a martillo con la misma dedicación que mis piezas de platería. Cada golpe, realizado con intención meditativa, no solo moldea el metal, sino que activa vibraciones capaces de inducir estados de calma profunda, una conexión entre el arte manual y la sanación espiritual.Hoy, desde mi taller Buda Orfebre, fusiono dos mundos: el de la platería criolla, arraigada en la identidad gaucha, y el de los instrumentos sonoros, que resonan como puentes hacia lo intangible. Creo que el arte no debe limitarse a lo estético; debe ser un vehículo para transformar, ya sea a través de un sahumador que evoca la Pampa o de un cuenco cuyas ondas acarician el alma. Mi vida, como mis obras, es un testimonio de que las manos, guiadas por pasión y conciencia, pueden convertir el metal en poesía y el sonido en medicina.

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