Objetos Precolombinos: Historia y Significado

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Los objetos creados por las civilizaciones que habitaron América antes de la llegada de Colón son mucho más que simples artefactos. Son verdaderos índices culturales, portadores de valores morales, religiosos, económicos e ideológicos. A través de ellos, se materializan formas de pensamiento y se tejen relatos que nos hablan no solo de las técnicas y materiales utilizados, sino también de las complejidades de sociedades que veían el mundo de manera intrínseca ligada a lo divino.

¿Cuál es el pueblo orfebre de Colombia?
Barbacoas, Nariño Sobre una pequeña colina de este municipio se forjó la historia de una población orfebre, cuya riqueza está rodeada por la inmensa naturaleza y el oro que hay bajo su tierra.

En colecciones de arte prehispánico, como la de Jimmy y Leonora Belilty, encontramos una vasta diversidad de estas piezas: desde humildes vasijas y herramientas hasta elaborados pectorales y máscaras. Provenientes de áreas tan diversas como Mesoamérica, la región Andina y el Caribe, estos objetos, agrupados hoy, nos ofrecen una ventana a las creencias y prácticas de un vastísimo territorio amerindio. Pero, ¿cuál fue su función original? ¿Cómo cambiaron su significado y valor con la llegada de los europeos? ¿Y cómo terminaron adquiriendo el estatus de objetos de arte en los museos?

Índice de Contenido

El Profundo Valor Cultual en la Época Prehispánica

Los estudios sociales y humanísticos asocian las culturas precolombinas con la adoración de divinidades astrales, cultos a deidades naturales y elaboradas ceremonias funerarias. En este contexto, los artefactos precolombinos poseían un valor cultual estricto. Su uso estaba directamente relacionado con protocolos rituales y ceremonias. Es difícil, desde nuestra perspectiva moderna, concebir que objetos como hachas o metates, que hoy consideraríamos puramente utilitarios, estuvieran imbuidos de un significado sagrado.

En sociedades animistas, cada acto, por simple que pareciera, estaba regido por facultades divinas o sobrenaturales. Las cosas no circulaban solo en espacios terrenales, sino también en ámbitos divinos. Los objetos se elaboraban para rendir homenajes y adornar, pero no con fines meramente estéticos o prácticos en el sentido moderno. Por ejemplo, los pectorales no solo ataviaban el cuerpo, sino que agasajaban deidades animales o dioses guerreros. Las mantas podían ser ajuares funerarios o trajes para celebraciones en honor a héroes y dioses. Los penachos de plumas embellecían a emperadores o guerreros, vinculándolos con el poder y lo sagrado.

Inca Garcilaso de la Vega menciona que algunos objetos, especialmente los elaborados en oro y plata, eran copias exactas de la naturaleza, diseñados para decorar jardines reales, simbolizando quizás el dominio sobre la creación o la conexión con el orden cósmico. Otros objetos, en diversos materiales como barro, metales, maderas, fibras o plumas, adoptaban formas antropomorfas, antrozoomorfas y zoomorfas, representando deidades, espíritus o seres míticos.

La función primordial de la mayoría de estos objetos rituales —sean zemíes taínos, figurillas andinas encontradas en huacas, o deidades mesoamericanas— era vincular la región de lo “visible con la invisible”. Al igual que en la cultura egipcia, donde las pertenencias acompañaban a los faraones para facilitar la comunicación entre lo terrenal y lo divino, o en la Europa Medieval, donde las reliquias en las iglesias servían de conducto entre el feligrés y lo sagrado, las civilizaciones amerindias utilizaron estos objetos como mediadores. Eran instrumentos que permitían el tránsito, el traslado, la comunicación entre el mundo terrenal y el más allá.

La Transformación por la Conquista: De Ídolos a Botín

Con la llegada de los europeos al territorio amerindio, la representación y función de los objetos precolombinos sufrieron una transformación radical. El contacto inicial se basó en el intercambio, en el trueque de objetos metálicos o piedras preciosas por “espejos” u otras baratijas europeas. Sin embargo, este breve interludio dio paso a un periodo de conquista marcado por la encarnizada “misión catequizadora”.

Según Serge Gruzinski, la imposición de la doctrina de la fe católica en América dio inicio a lo que él denomina La Guerra de las Imágenes. En este conflicto simbólico y material, los ídolos precolombinos fueron sistemáticamente perseguidos y destruidos en los espacios ceremoniales. Eran considerados objetos paganos, elaborados por “bárbaros”. Poco a poco, estas representaciones antropomorfas o zoomorfas fueron reemplazadas por iconos cristianos: cruces, medallas y medallones que representaban la vida de Cristo y la Virgen.

La habilidad de los artesanos nativos fue reorientada. En el Valle de México, por ejemplo, los expertos en trabajos de plumaria, que antes confeccionaban penachos para guerreros o escudos rituales, fueron empleados para elaborar mitras sacerdotales, cofias o mantas para decorar recintos eclesiásticos. Ante la persecución de la idolatría “pagana”, muchos amerindios optaron por enterrar y esconder los objetos de oro y plata junto con sus “Reyes” muertos, un acto que quizás permitió que algunas de las piezas que hoy admiramos sobrevivieran a la destrucción.

Del Valor Cultual al Valor Económico

Es crucial entender que, para los amerindios, los objetos de oro, plata o piedras preciosas como la obsidiana o la turquesa, no poseían un valor económico en el sentido capitalista europeo. Si bien eran consumidos por las élites gobernantes y utilizados en sistemas de intercambio de bienes, pago de tributos mediante trabajo o entrega de regalos, su valor principal estaba ligado a su significado simbólico, ritual y su conexión con lo divino y el poder.

Sin embargo, en el periodo de conquista, esta percepción cambió drásticamente. Los objetos elaborados con metales nobles fueron confiscados por los conquistadores. Para los españoles, el oro y la plata representaban riqueza pura y cuantificable. Estos metales eran fundidos, reciclados (transformados en cadenas, por ejemplo) o incluso utilizados como valor de cambio en momentos de necesidad o como moneda improvisada en juegos de cartas. El valor intrínseco y ritual de las piezas fue ignorado en favor de su peso en metal precioso.

¿Qué culturas precolombinas se desarrollaron en Colombia?
CULTURAS PRECOLOMBINASSan Agustín y Tierradentro.Los Taironas.Los muiscas.Los quimbayas.Los zenúes.Cultura Calima.Cultura CapulíCultura tumaco.

Objetos como Evidencia y Trofeo de Conquista

Otro uso significativo que adquirieron los objetos precolombinos en el inicio de la conquista fue como regalo y como evidencia del triunfo del proyecto colonial español. El primer reconocimiento entre culturas a menudo se realizó a través del intercambio de presentes. Moctezuma envió regalos a Hernán Cortés, no solo para intentar disuadirlo de avanzar hacia Tenochtitlan, sino también influenciado por la creencia de que Cortés podría ser el dios Quetzalcóatl.

Por su parte, Cortés, al igual que Francisco de Pizarro, reenviaba los tesoros confiscados y recibidos al rey de España, Carlos V. Estos objetos, enviados a miles de kilómetros de distancia, servían como “prueba real” de la ocupación y expansión del poder político español, además de demostrar las inmensas posibilidades económicas de enriquecimiento para la Corona. Los objetos hicieron visible la posesión del territorio y sus riquezas.

Así, para Occidente, el valor de estos objetos se incorporó a connotaciones prácticas y económicas. Algunos de ellos fueron expuestos en ciudades como Toledo y Valladolid en 1520, con el propósito explícito de mostrar las riquezas provenientes de América y demostrar la fortuna y hegemonía del imperio español en las tierras recién conquistadas.

De Gabinetes de Curiosidades a Museos: Cambios en la Percepción Europea

En Europa, durante los siglos XVI y XVIII, muchos objetos precolombinos encontraron su lugar en los gabinetes de curiosidades o Wunderkammer. Estas salas eran colecciones eclécticas de vestigios sagrados, fragmentos seculares, instrumentos científicos, sustancias alquímicas y objetos considerados sobrenaturales o “monstruos naturales”. Los propietarios, generalmente miembros de la realeza, el clero o entusiastas coleccionistas, buscaban adquirir conocimiento a través de la posesión de cosas raras y extraordinarias.

En estos gabinetes, las cosas del Nuevo Mundo eran clasificadas de manera general como “paganas” o procedentes del “cuarto continente”, a menudo sin especificar la cultura exacta (Azteca, Maya, Taína, Nariño, etc.). Investigadores como Shelton, Todorov y Pomian destacan que estos objetos fueron valorados bajo criterios como “maravilloso”, “pagano”, “extraordinario” o “cosa rara”. La reacción de Alberto Durero al ver algunas de estas piezas en Flandes en 1522 es reveladora: “En todos los días de mi vida, no había visto nada que me regocijara tanto el corazón como esas cosas. Yo no había visto objetos de arte tan maravillosos que quede maravillado. Realmente, no puedo expresar todo lo que pensé al verlos”.

Los adjetivos utilizados para describir estas piezas (“extraordinario”, “maravilloso”, “raro”) reflejaban un pensamiento aún anclado en la Edad Media, donde el mundo se entendía asociado a Dios, y lo que se desviaba de esa norma (como las representaciones “paganas” o “monstruosas”) era clasificado como tal. Sin embargo, la destreza manual, la habilidad para reproducir cosas naturales de manera “fiel a la realidad”, también fue apreciada, un reconocimiento incipiente de su valor artístico.

El panorama cambió a finales del siglo XVIII con la aparición de los museos. Las colecciones se volvieron más selectivas y especializadas, organizadas por temas: armas, arte, ciencias naturales, etnografía. Las colecciones de los gabinetes de curiosidades, especialmente las de la realeza, fueron transferidas a estos nuevos espacios públicos o semipúblicos. Desde entonces, los objetos se mostraron y agruparon con diversos propósitos: didácticos (como artefactos etnográficos de culturas no europeas), para demostrar la grandeza y riqueza de los estados nación, o desde una perspectiva histórica asociada al proyecto romántico, donde la presencia de los objetos remitía a un pasado.

En el entorno museográfico, los objetos precolombinos comenzaron a ser presentados de maneras que generaban relaciones “referenciales” y “diferenciales”. Se exhiben y coleccionan para “referir” a un pasado, hacerlo “visible” a través de lo que representan. Al ser considerados únicos, auténticos, originales e irrepetibles, se diferencian de otros objetos y obtienen el estatus de piezas de arte. Poseen cualidades estéticas que promueven la contemplación. En los museos de arte, se vuelven “museables”, adquieren un carácter cultual (en un sentido moderno de veneración de la obra de arte); mientras que en los museos etnográficos o publicaciones científicas, son documentos y registros que informan sobre el pasado.

Tabla Comparativa: Evolución del Valor y Función

Periodo HistóricoValor/Función PrincipalPercepción DominanteEjemplos de Uso/Contexto
Época PrehispánicaCultual, Ritual, Mediación Divina, Símbolo de Poder/EstatusSagrado, Vinculado a lo SobrenaturalCeremonias, Ofrendas, Ajuares Funerarios, Atuendo de Élite, Decoración de Espacios Sagrados/Reales
Conquista Española (Inicio)Intercambio Inicial, Evidencia de RiquezaExótico, CuriosoTrueque, Regalos Diplomáticos
Conquista Española (Consolidación)Económico (metal precioso), Evidencia de ConquistaPagano, Idólatra (para destruir)
Valioso (como botín/moneda)
Confiscación, Fundición, Uso como Pago/Moneda, Envío a Europa
Europa (Siglos XVI-XVIII)Curiosidad, Maravilla, ExotismoRaro, Extraordinario, PaganoColecciones Privadas (Gabinetes de Curiosidades)
Era de los Museos (Desde S. XVIII)Artístico, Histórico, EtnográficoObra de Arte (en museos de arte)
Artefacto/Documento (en museos etnográficos)
Exhibición Pública, Estudio Académico, Conservación Patrimonial

Preguntas Frecuentes sobre Objetos Precolombinos

¿Cuál era el uso original de los objetos precolombinos?
Su uso principal era cultual y ritual. Servían para conectar el mundo visible con el invisible, participar en ceremonias religiosas, funerarias o de poder, y simbolizar la conexión con deidades, espíritus y el orden cósmico.
¿Los pueblos precolombinos valoraban el oro y la plata?
Sí, pero no principalmente por su valor económico como lo entendemos hoy. Los metales preciosos y las piedras eran valorados por su brillo, su durabilidad, su asociación simbólica con el sol, la luna, el agua u otras fuerzas naturales, y su uso en objetos de estatus para las élites.
¿Qué pasó con estos objetos durante la conquista española?
Muchos fueron destruidos por ser considerados ídolos paganos. Otros fueron confiscados por su valor en metal precioso, fundidos y transformados en moneda o lingotes. Algunos fueron enviados a Europa como prueba de la riqueza y éxito de la conquista.
¿Cómo cambiaron de ser 'ídolos' a 'arte'?
Inicialmente vistos como curiosidades o símbolos paganos en Europa, con el tiempo, y especialmente con la aparición de los museos, comenzaron a ser apreciados por su habilidad técnica, su antigüedad y su singularidad. Fueron recontextualizados como objetos históricos y, eventualmente, como obras de arte, valoradas por sus cualidades estéticas y su capacidad para representar un pasado.
¿Qué nos dicen hoy los objetos precolombinos?
Continúan siendo fuentes invaluables de información sobre las creencias, estructuras sociales, tecnologías y visiones del mundo de las civilizaciones precolombinas. En los museos, siguen generando narrativas, actuando como mediadores que nos conectan con un pasado lejano y complejo.

En resumen, la historia de los objetos precolombinos es una fascinante narrativa de transformación. Nacidos con un profundo significado cultual, mediadores entre lo visible y lo invisible, su destino cambió drásticamente con la conquista. Vistos por los europeos primero como curiosidades exóticas, luego como botín de guerra y símbolos paganos a destruir o explotar por su valor económico, su viaje culminó en los museos. Allí, adquirieron un nuevo tipo de valor, siendo recontextualizados como piezas de arte o documentos históricos, capaces de referir a un pasado y seguir generando relatos que nos invitan a reflexionar sobre las civilizaciones que los crearon.

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Alberto Calatrava

Nací en la Ciudad de Buenos Aires en 1956, en un entorno donde el arte y la artesanía se entrelazaban con la vida cotidiana. Mi viaje en la platería comenzó en el taller de Don Edgard Michaelsen, un maestro que me introdujo en las técnicas ancestrales de la platería hispanoamericana, herederas de siglos de tradición colonial. Allí, entre martillos y limaduras de plata, descubrí que el metal no era solo un material, sino un lenguaje capaz de expresar historias, culturas y emociones. Complemé mi formación como discípulo del maestro orfebre Emilio Patarca y del escultor Walter Gavito, quien me enseñó a ver la anatomía de las formas a través del dibujo y la escultura. Esta fusión entre orfebrería y escultura definió mi estilo: una búsqueda constante por capturar la esencia viva de la naturaleza en piezas funcionales, como sahumadores, mates o empuñaduras de bastones, donde animales como teros, mulitas o ciervos se convertían en protagonistas metálicos.Mis obras, forjadas en plata 925 y oro de 18 quilates, no solo habitan en colecciones privadas, sino que también forman parte del patrimonio del Museo Nacional de Arte Decorativo de Buenos Aires. Cada pieza nace de un proceso meticuloso: primero, estudiar las proporciones y movimientos del animal elegido; luego, modelar sus partes por separado —patas, cabeza, tronco— y finalmente unirlas mediante soldaduras invisibles, como si el metal respirara. Esta técnica, que combina precisión técnica y sensibilidad artística, me llevó a exponer en espacios emblemáticos como el Palais de Glace, el Museo Histórico del Norte en Salta y hasta en Miami, donde el arte argentino dialogó con coleccionistas internacionales.En 2002, decidí abrir las puertas de mi taller para enseñar este oficio, no como un mero conjunto de técnicas, sino como un legado cultural. Impartí seminarios en Potosí, Bolivia, y en Catamarca, donde colaboré con el Ministerio de Educación para formar a nuevos maestros plateros, asegurando que la tradición no se perdiera en la era industrial. Sin embargo, mi camino dio un giro inesperado al explorar el poder terapéutico del sonido. Inspirado por prácticas ancestrales del Himalaya, comencé a fabricar cuencos tibetanos y gongs usando una aleación de cobre y zinc, forjándolos a martillo con la misma dedicación que mis piezas de platería. Cada golpe, realizado con intención meditativa, no solo moldea el metal, sino que activa vibraciones capaces de inducir estados de calma profunda, una conexión entre el arte manual y la sanación espiritual.Hoy, desde mi taller Buda Orfebre, fusiono dos mundos: el de la platería criolla, arraigada en la identidad gaucha, y el de los instrumentos sonoros, que resonan como puentes hacia lo intangible. Creo que el arte no debe limitarse a lo estético; debe ser un vehículo para transformar, ya sea a través de un sahumador que evoca la Pampa o de un cuenco cuyas ondas acarician el alma. Mi vida, como mis obras, es un testimonio de que las manos, guiadas por pasión y conciencia, pueden convertir el metal en poesía y el sonido en medicina.

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