La orfebrería y la platería han desempeñado un papel fundamental a lo largo de la historia, no solo como expresión de riqueza y estatus, sino también al servicio de lo sagrado. Durante el periodo colonial, especialmente en América, las iglesias y conventos se convirtieron en los principales impulsores de este arte, encargando una vasta cantidad de piezas labradas en metales preciosos. Estos objetos, que iban desde custodias imponentes hasta humildes acetres, no solo servían para la celebración del culto religioso y el ornato de los espacios sagrados, sino que también encarnaban un profundo simbolismo. La elección de materiales nobles, como la plata y el oro, no era casual; se consideraban dignos de contener los elementos más sagrados de la liturgia, como el vino de la consagración, la hostia, o las resinas aromáticas utilizadas en ceremonias. Esta preferencia por metales preciosos estaba, en parte, fundamentada en las disposiciones del Concilio de Trento (1545-1563), que buscaba regular y dignificar los ritos y objetos litúrgicos. Dentro de este rico panorama de la platería sacra colonial, la naveta emerge como una pieza de particular interés, cargada de historia, función y un simbolismo que va más allá de su aparente sencillez.

Una naveta es, en esencia, un recipiente litúrgico utilizado principalmente para guardar el incienso que se quema durante ciertas ceremonias religiosas, como la Misa, procesiones o bendiciones. Aunque a menudo se le asocia con el turíbulo, que es el incensario donde se quema el incienso, la naveta es el contenedor que almacena la resina aromática antes de ser colocada en el turíbulo.
La función primordial de la naveta es contener el incienso, una resina aromática que, al quemarse, produce un humo perfumado. El uso del incienso en la liturgia tiene profundas raíces históricas y simbólicas. Se considera un elemento purificador, capaz de santificar espacios y objetos. Más allá de su función práctica de perfumar, el humo del incienso que asciende se interpreta como un símbolo de las oraciones de los fieles elevándose hacia el cielo, un puente entre lo terrenal y lo divino. Dado este elevado simbolismo sagrado del incienso, el recipiente destinado a contenerlo debía ser, por lógica y reverencia, elaborado en un material igualmente noble y digno. Es aquí donde la plata adquiere protagonismo.
La elección de la plata, y en ocasiones el oro, para la elaboración de las navetas no era meramente una cuestión estética o de ostentación. Reflejaba la creencia de que solo los materiales más puros y valiosos eran adecuados para interactuar con lo sagrado. El uso de metales como el plomo o el estaño, más comunes y menos preciosos, estaba generalmente desaconsejado o prohibido para vasos sagrados, reforzando la distinción y la santidad de los objetos litúrgicos. La nobleza del material no solo cumplía con requisitos materiales, sino que también contribuía al simbolismo visual de la ceremonia. El brillo de la plata, especialmente bajo la luz de las velas en el interior de las iglesias, creaba efectos lumínicos que realzaban la atmósfera de reverencia y misterio, haciendo visible de modo simbólico la santidad de los ritos y los elementos utilizados.
Generalmente, la naveta no se presenta sola; suele estar acompañada por una pequeña cuchara. Esta cuchara tiene la función práctica de tomar el incienso de la naveta e introducirlo cuidadosamente en el turíbulo, donde será quemado sobre carbones incandescentes.
Uno de los aspectos más fascinantes de la naveta es el origen de su nombre y la forma característica que suele adoptar. El término "naveta" deriva del latín navicŭla, que significa literalmente 'barco pequeño' o 'barquilla'. Esta etimología no es casual, sino que está directamente relacionada con la forma peculiar que adoptan muchas de estas piezas, que evocan la silueta de una pequeña embarcación.
Esta forma alusiva a un barco se conecta con una metáfora medieval muy extendida en el cristianismo: la metáfora de la Iglesia como nave. Según esta imagen, la Iglesia es vista como una barca que navega a través de las turbulentas aguas del mundo, guiando a los fieles hacia la salvación, que es el puerto seguro. El altar representa el timón, la cruz el mástil, y los fieles son los pasajeros. Esta poderosa imagen de redención y guía espiritual se popularizó particularmente a partir del siglo XIII, y fue en este periodo cuando la forma de barco para el recipiente del incienso comenzó a extenderse, dando origen al nombre "naveta" que perdura hasta nuestros días.
Así, la forma de la naveta no es solo una elección estética, sino una profunda declaración teológica y simbólica, recordando a los fieles, a través de un objeto tangible y cotidiano en la liturgia, su pertenencia a la comunidad de la Iglesia y su camino hacia la salvación.

Aunque las navetas pueden variar en tamaño, decoración y detalles, muchas piezas coloniales, como el ejemplar del Museo Colonial mencionado, comparten una estructura básica que refleja la función y la estética de la época. Típicamente, una naveta se compone de:
- El Recipiente: Es la parte principal, donde se almacena el incienso. Suele tener una forma cóncava que recuerda la de un barco o una concha. En el periodo colonial, la decoración podía ser variada, desde sencillas ornamentaciones florales o geométricas, como en el ejemplo citado (plata laminada y cincelada), hasta elaborados relieves con motivos religiosos, vegetales o heráldicos. La técnica del cincelado permitía a los artesanos crear intrincados patrones y texturas sobre la superficie laminada de plata.
- La Tapa: Cubre el recipiente para proteger el incienso. A menudo sigue la curvatura del recipiente, manteniendo la forma de "barco" cerrada. Las tapas también podían estar decoradas, a veces de forma complementaria al recipiente.
- El Soporte: Une el recipiente (con su tapa) a la base. Puede ser un corto fuste tubular, como en el ejemplo mencionado, o un elemento más elaborado, dependiendo del diseño y la riqueza de la pieza. Su función es elevar el recipiente y conectarlo firmemente al pie.
- El Pie o Base: Proporciona estabilidad al conjunto. Puede ser circular, ovalado, o incluso tener formas más complejas. En piezas coloniales, los pies suelen ser robustos para soportar el peso del metal. Podían ser lisos, como en el ejemplo, o presentar molduras y decoraciones cinceladas.
La combinación de estas partes, elaboradas con maestría por los plateros coloniales utilizando técnicas como el laminado y el cincelado, resultaba en objetos de gran belleza y valor artístico, que cumplían su función litúrgica a la vez que servían como expresión del fervor religioso y la habilidad artesanal de la época.
La Platería Colonial al Servicio del Culto
El contexto de la platería colonial es crucial para entender la importancia de la naveta y otras piezas litúrgicas. Durante los siglos XVI, XVII y XVIII, las colonias americanas se convirtieron en importantes centros de producción de metales preciosos. Esta abundancia de materia prima, combinada con la fuerte influencia de la Iglesia Católica y su necesidad de equipar templos y conventos con objetos sagrados, impulsó un florecimiento de la orfebrería y platería local. Los talleres de plateros, a menudo formados por artesanos locales y migrantes europeos, desarrollaron estilos propios que fusionaban las técnicas y estéticas europeas con influencias indígenas y materiales disponibles localmente.
La Iglesia actuaba como un poderoso comitente y mecenas. Encargaba no solo navetas y turíbulos, sino también cálices, patenas, custodias, cruces, relicarios, lámparas de altar, marcos para imágenes y una infinidad de objetos necesarios para la compleja liturgia y el ornato de los espacios sagrados. Estas piezas no solo tenían un valor funcional y simbólico, sino también un considerable valor material, representando una parte importante del patrimonio de iglesias y conventos. La calidad del trabajo en plata laminada y cincelada, técnicas comunes en la época, habla de la alta habilidad técnica alcanzada por los plateros coloniales.
El Concilio de Trento, celebrado a mediados del siglo XVI, tuvo un impacto significativo en la producción de objetos litúrgicos. Entre sus cánones, el concilio reafirmó la importancia de la Eucaristía y reguló aspectos de la liturgia y los vasos sagrados. Se estipuló que los cálices y patenas debían ser de oro o plata (o al menos tener la copa dorada si eran de otro metal), enfatizando la dignidad del material en relación con el contenido sagrado. Aunque las navetas no son vasos consagrados en el mismo sentido que el cáliz, la reverencia por los elementos litúrgicos y la influencia general de las disposiciones tridentinas sobre la calidad y la dignidad de los objetos del culto sin duda influyeron en la elección de la plata para su elaboración.
El Incienso y su Simbolismo Ampliado
Si bien la naveta es el contenedor, su significado está intrínsecamente ligado al incienso que guarda. El acto de incensar, es decir, de quemar incienso en un turíbulo, es un gesto de honor, reverencia y purificación. En la liturgia católica, se inciensan el altar, el Santísimo Sacramento, las imágenes de Cristo y los santos, las reliquias, el clero, el pueblo, y los dones del pan y el vino. Cada uno de estos actos lleva consigo un simbolismo específico: honor hacia lo sagrado, purificación de los espacios, y la ya mencionada elevación de las oraciones.
La naveta, al ser el reservorio de este elemento tan significativo, participa de su sacralidad. No es un simple recipiente; es un objeto que contiene la esencia aromática que se transformará en humo, llevando consigo las plegarias de la comunidad. La elección de la plata, brillante y pura, refuerza esta idea de pureza y dignidad asociadas al incienso y a la acción litúrgica.
- ¿Qué es una naveta?
- Es un recipiente litúrgico, generalmente de metal precioso como la plata, utilizado para almacenar el incienso que se quema en las ceremonias religiosas.
- ¿Para qué se utiliza el incienso en la liturgia?
- El incienso se quema como gesto de honor, reverencia y purificación. Su humo ascendente simboliza las oraciones de los fieles que suben al cielo.
- ¿Por qué las navetas suelen tener forma de barco?
- Su forma deriva del latín navicŭla ('barco pequeño') y alude a la metáfora medieval de la Iglesia como una nave que guía a los fieles hacia la salvación.
- ¿De qué materiales se hacían las navetas coloniales?
- Principalmente de plata, a menudo laminada y cincelada. La elección de metales nobles estaba influenciada por el simbolismo de pureza y dignidad, y por las disposiciones del Concilio de Trento.
- ¿Cuál es la diferencia entre una naveta y un turíbulo?
- La naveta es el recipiente que guarda el incienso. El turíbulo es el incensario, donde se quema el incienso sobre carbones incandescentes.
- ¿Las navetas siempre van acompañadas de una cuchara?
- Generalmente sí, una pequeña cuchara se utiliza para trasladar el incienso de la naveta al turíbulo.
En conclusión, la naveta es mucho más que un simple contenedor. Es una pieza de orfebrería litúrgica que encapsula siglos de historia, arte y profundo simbolismo religioso. Desde su forma inspirada en la Iglesia como nave hasta la nobleza del material elegido para su elaboración, cada aspecto de la naveta habla de su función sagrada y de la maestría de los artesanos que, durante el periodo colonial y más allá, dedicaron su talento a la creación de objetos dignos del culto divino. Es un testimonio tangible de la intersección entre la fe, el arte y la habilidad artesanal en la historia de la platería.
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