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La Custodia La Lechuga: Historia y Belleza

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Entre las piezas más deslumbrantes y emblemáticas de la orfebrería colonial en América, destaca con luz propia la custodia conocida popularmente como “La Lechuga”. Esta magnífica obra de arte religioso no solo es un testimonio de la habilidad artesanal de una época, sino que también encierra una rica historia de encargos, ocultamientos y redescubrimientos que la han convertido en un verdadero tesoro nacional para Colombia.

Ubicada hoy en el Museo de Arte del Banco de la República, en Bogotá, La Lechuga es mucho más que un objeto litúrgico; es una cápsula del tiempo que nos habla del esplendor del barroco, de la riqueza mineral de la Nueva Granada y de la intrincada relación entre la Iglesia y el poder en el período colonial.

¿Qué es la custodia de la hostia?
La función de la custodia es mostrar el cuerpo de Cristo en la hostia para veneración de los fieles. Se trata de un objeto procesional y también una pieza de altar. Como Dios no debía estar en contacto con la materia corruptible, sólo el oro podía utilizarse en los recipientes relacionados con la eucaristía.
Índice de Contenido

¿Qué es La Custodia La Lechuga?

En esencia, La Lechuga es una custodia, un recipiente sagrado utilizado en la liturgia católica para exponer la hostia consagrada, a menudo durante la procesión de Corpus Christi o para la adoración eucarística. Su diseño permite que los fieles puedan ver el sacramento, elevándolo visiblemente.

Esta pieza particular fue creada en la época colonial neogranadina, específicamente entre los años 1700 y 1707. Fue concebida para la Iglesia de San Ignacio en la ciudad de Bogotá, respondiendo a un encargo de la Compañía de Jesús, la orden religiosa de los jesuitas, quienes tenían una presencia significativa e influencia en la región.

Orígenes y Creación: Un Encargo Jesuita

La historia de La Lechuga comienza con un encargo de los jesuitas a principios del siglo XVIII. Aunque el motivo exacto del encargo no está completamente documentado, se especula que podría haber sido una forma de salvaguardar algunas de sus valiosas gemas de posibles incautaciones por parte de la monarquía española. Para llevar a cabo esta monumental tarea, contrataron al orfebre español José de Galaz.

José de Galaz no trabajó solo. Contó con la ayuda de otros dos orfebres para completar la obra. La elaboración de la custodia fue un proceso laborioso que se extendió a lo largo de siete años. Desde 1700 hasta 1707, estos artesanos dedicaron su tiempo y habilidad a dar forma a esta compleja pieza.

El costo original de la elaboración fue de 1100 pesos de la época. Si bien esta cifra puede parecer modesta hoy, se estima que equivaldría a unos 100.000 dólares estadounidenses actuales, lo que ya da una idea del valor que se le atribuía al trabajo artesanal y a los materiales. Una vez terminada, el 16 de julio de 1707, el propio José de Galaz estimó su precio en 20.000 reales, una suma considerable que hoy se traduciría en aproximadamente 2.000.000 de dólares, reflejando no solo el costo de los materiales y la mano de obra, sino también el valor artístico y la riqueza intrínseca de la obra final.

El Nombre que la Distingue: ¿Por qué La Lechuga?

El peculiar nombre de “La Lechuga” no deriva de su forma, sino de su color predominante. Una vez que la custodia fue completada e incrustada con una profusión de piedras preciosas, la gran cantidad de esmeraldas utilizadas le confirió un intenso color verde. Esta tonalidad hizo que la estructura se viera, a ojos de quienes la contemplaban, tan verde como una lechuga, de ahí el apodo con el que ha pasado a la historia.

Sobreviviendo al Olvido: La Expulsión Jesuita

La custodia La Lechuga permaneció en la Iglesia de San Ignacio de Bogotá por varias décadas, cumpliendo su función litúrgica. Sin embargo, su permanencia allí se vio interrumpida drásticamente en 1767. En ese año, el rey Carlos III de España decretó la expulsión de los jesuitas de todos los territorios de la Monarquía Hispánica.

Esta orden real implicaba la incautación de todos los bienes de la Compañía de Jesús. Ante la amenaza de perder esta valiosa pieza, miembros de la orden jesuita decidieron esconder La Lechuga para evitar que cayera en manos de la corona. Este acto de preservación, motivado por el deseo de proteger un objeto tanto sagrado como de inmenso valor material y artístico, marcó el inicio de un largo período de oscuridad en la historia de la custodia.

Durante el tiempo que permaneció oculta, los detalles de su paradero y custodia son poco claros. La historia no registra públicamente dónde estuvo ni quién la resguardó, convirtiéndose en una especie de leyenda o tesoro perdido para el conocimiento general.

El Reencuentro y su Hogar Actual

El velo de misterio que cubrió a La Lechuga durante más de dos siglos no se levantó sino hasta 1986. Fue en este año cuando la custodia reapareció públicamente. El Banco de la República de Colombia, una institución con un importante programa de adquisición y preservación del patrimonio cultural, adquirió la pieza.

El precio pagado por el Banco de la República en 1986 fue de 3.500.000 de la moneda de entonces. Esta adquisición permitió que La Lechuga pasara a formar parte de la Colección de Arte del Banco de la República, garantizando su conservación y exhibición pública para el disfrute y estudio de generaciones presentes y futuras. Desde entonces, ha permanecido bajo la propiedad y cuidado de esta institución, siendo uno de los puntos focales de su colección de arte colonial y republicano.

Una Joya con Pasaporte: Exposiciones Internacionales

A pesar de ser una pieza central del patrimonio colombiano, La Lechuga ha tenido la oportunidad de cruzar fronteras y ser admirada en importantes escenarios internacionales, lo que subraya su relevancia artística a nivel mundial. La primera vez que esta valiosa custodia salió de Colombia fue en 2015. Fue exhibida en el prestigioso Museo del Prado en Madrid, España, entre el 3 de marzo y el 31 de mayo de ese año, permitiendo al público europeo conocer la magnificencia de la orfebrería neogranadina.

Posteriormente, entre el 20 de septiembre de 2017 y el 15 de enero de 2018, La Lechuga viajó a Francia para ser expuesta en el célebre Museo del Louvre en París. En esta ocasión, compartió espacio con otras importantes obras de arte, como la estatua de Santa Bárbara de Pedro Laboria, consolidando su estatus como una obra maestra del arte barroco americano.

Detalles de una Obra Maestra Barroca

La Lechuga es un ejemplo sobresaliente del arte barroco aplicado a objetos litúrgicos en la América colonial. Su diseño es intrincado y lleno de simbolismo, característico del estilo. Se la describe como un tesoro heliocéntrico, haciendo referencia a su diseño centrado en un disco radiante que evoca el sol, un símbolo eucarístico.

Con un peso total de 4,9 kg, la custodia sigue una forma típica para este tipo de objetos: un disco principal que enmarca el espacio para la hostia, sostenido por un tallo que a su vez descansa sobre una base.

El Disco Solar y sus Gemas

El elemento más llamativo de La Lechuga es, sin duda, su disco principal. Es de forma circular, con rayos ondulantes que irradian hacia afuera, simbolizando los rayos del sol. En el centro, rodeando el espacio destinado a la hostia, hay perlas barrocas, es decir, perlas de forma irregular, que añaden un toque orgánico y opulento.

Hacia afuera, el diseño se vuelve aún más complejo y rico. Hay ondas de oro y cuatro capas concéntricas de piedras preciosas, con una clara predominancia de esmeraldas, que son las que dan nombre a la pieza. Una gruesa guirnalda de hojas de vid, esmaltadas en verde y adornadas con uvas hechas de amatista, decora otros 20 rayos ondulantes, cada uno rematado por una perla. Intercalados entre estos rayos, hay 22 rayos de sol principales que terminan en discos solares radiantes, también elaborados en oro y decorados con esmeraldas.

Todo este esquema circular está coronado por una cruz, también elaborada con esmeraldas, enfatizando el carácter sagrado de la pieza.

El Ángel y la Base: Soportes de Belleza

Debajo del disco principal, la custodia presenta una figura de un ángel, similar a las representaciones de Atlas sosteniendo el mundo. Este ángel está envuelto en una túnica decorada con esmaltes azules y verdes, mostrando la maestría en el trabajo de los esmaltes además de la orfebrería y la engarzadura de gemas. El ángel calza cáligas, un tipo de sandalia romana, y sobre su cabeza porta un único zafiro amarillo. En el lado opuesto a este zafiro, se encuentra una amatista cuadrada de alta calidad, creando un equilibrio visual y cromático.

El tallo que soporta el disco y el ángel está diseñado a la manera de una fuente, con lo que parecen ser corrientes de color esmeralda goteando hacia abajo, añadiendo un elemento dinámico al diseño. La base, fundamental para la estabilidad de la pieza, está tachonada de amatistas y se apoya sobre un soporte de ocho lóbulos.

La base y el tallo también presentan un denso trabajo en bajorrelieve de formas zoomórficas, como enredaderas y otras criaturas, elaboradas en oro. Esta profusa decoración, que evoca la naturaleza exuberante, ha sido interpretada como una representación simbólica del Paraíso.

El Significado de La Lechuga en la Orfebrería Colonial

La Custodia La Lechuga es considerada por sus actuales propietarios, el Banco de la República, como una de las “más ricas y hermosas joyas religiosas” del continente americano. Su existencia y magnificencia ejemplifican de manera excepcional la interpretación del estilo barroco en el contexto de la Nueva Granada, una región conocida históricamente como una “tierra de orfebres”.

La pieza demuestra cómo el opulento y dramático estilo barroco europeo encontró en el Nuevo Mundo, particularmente en un territorio tan rico en oro y esmeraldas como la actual Colombia, nuevas dimensiones y posibilidades de expresión. La disponibilidad local de metales preciosos y gemas permitió la creación de obras de un esplendor sin igual, adaptando las formas y temas europeos a la realidad y los recursos americanos.

La Lechuga no es solo un objeto de arte, sino también un artefacto histórico que documenta las prácticas religiosas, la economía, las habilidades técnicas y las influencias culturales de la época colonial. Su historia de encargo por los jesuitas, su ocultamiento y su posterior redescubrimiento reflejan los turbulentos eventos políticos y sociales que marcaron el fin del período colonial y el inicio de la era republicana.

Composición Material (Información Parcial)

Además de su incalculable valor histórico y artístico, La Custodia La Lechuga posee un considerable valor material intrínseco debido a los materiales preciosos con los que fue elaborada. La estructura principal está hecha de oro de 18 quilates, con un peso significativo de 8850,3 gramos.

Además del oro, la custodia contiene una gran cantidad y variedad de gemas. Aunque la fuente de información proporcionada menciona que contiene “las siguientes gemas” y lista el oro, la lista completa de piedras preciosas se encuentra incompleta en el texto original. Sin embargo, a partir de la descripción detallada, sabemos con certeza que la pieza está profusamente decorada con:

  • Esmeraldas: En gran cantidad, predominantes por su color y las que dan nombre a la custodia.
  • Amatistas: Utilizadas para representar las uvas en la guirnalda de vid y para adornar la base.
  • Perlas barrocas: Rodeando el espacio central para la hostia y rematando algunos rayos.
  • Zafiro amarillo: Una única piedra colocada sobre la cabeza del ángel.

La combinación de estos materiales, trabajados con la maestría de José de Galaz y sus ayudantes, resulta en una pieza de una riqueza visual y material extraordinaria.

Cronología de La Custodia La Lechuga

Año/PeriodoEvento Clave
1700 - 1707Elaboración de la custodia por José de Galaz y otros dos orfebres por encargo de la Compañía de Jesús.
1707Finalización de la obra (16 de julio) y estimación inicial de su valor.
1707 - 1767La custodia permanece en la Iglesia de San Ignacio en Bogotá.
1767Expulsión de los jesuitas de la Monarquía Hispánica por Carlos III; la custodia es escondida para evitar su incautación.
1767 - 1986Periodo de ocultamiento; su paradero es desconocido públicamente.
1986La custodia reaparece y es adquirida por el Banco de la República.
Desde 1986Forma parte de la Colección de Arte del Banco de la República y se exhibe en su museo.
2015Exhibición temporal en el Museo del Prado, Madrid.
2017 - 2018Exhibición temporal en el Museo del Louvre, París.

Preguntas Frecuentes sobre La Lechuga

¿Qué es exactamente La Lechuga?

La Lechuga es una custodia, un objeto litúrgico de gran valor artístico y material, utilizado en la Iglesia Católica para exponer la hostia consagrada. Es una pieza de orfebrería elaborada en oro y profusamente decorada con piedras preciosas.

¿Quién creó esta custodia?

Fue creada por el orfebre español José de Galaz, con la ayuda de otros dos orfebres, por encargo de la Compañía de Jesús (los jesuitas).

¿Por qué se llama "La Lechuga"?

Recibió este nombre popular debido a la gran cantidad de esmeraldas incrustadas en ella, que le confieren un color verde intenso, similar al de una lechuga.

¿Dónde se puede ver La Custodia La Lechuga hoy?

Actualmente, La Lechuga se exhibe en el Museo de Arte del Banco de la República, ubicado en Bogotá, Colombia. Es propiedad del Banco de la República.

¿De qué materiales está hecha?

Principalmente de oro de 18 quilates (pesa más de 8,8 kg) y una gran cantidad de piedras preciosas, destacando las esmeraldas, amatistas, perlas barrocas y un zafiro amarillo.

¿Cuánto vale La Lechuga?

Determinar un valor exacto es complejo. Su costo de elaboración original fue de 1100 pesos (unos 100.000 USD actuales). En 1707, su creador la valoró en 20.000 reales (unos 2.000.000 USD actuales). Fue adquirida por el Banco de la República en 1986 por 3.500.000 (de la moneda de ese momento). Hoy en día, su valor como pieza histórica, artística y patrimonial es incalculable, superando con creces su valor material.

La Custodia La Lechuga es, sin duda, una de las joyas más importantes del patrimonio cultural colombiano y un ejemplo sublime de la orfebrería barroca colonial, que sigue cautivando a quienes tienen la oportunidad de contemplarla.

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Alberto Calatrava

Nací en la Ciudad de Buenos Aires en 1956, en un entorno donde el arte y la artesanía se entrelazaban con la vida cotidiana. Mi viaje en la platería comenzó en el taller de Don Edgard Michaelsen, un maestro que me introdujo en las técnicas ancestrales de la platería hispanoamericana, herederas de siglos de tradición colonial. Allí, entre martillos y limaduras de plata, descubrí que el metal no era solo un material, sino un lenguaje capaz de expresar historias, culturas y emociones. Complemé mi formación como discípulo del maestro orfebre Emilio Patarca y del escultor Walter Gavito, quien me enseñó a ver la anatomía de las formas a través del dibujo y la escultura. Esta fusión entre orfebrería y escultura definió mi estilo: una búsqueda constante por capturar la esencia viva de la naturaleza en piezas funcionales, como sahumadores, mates o empuñaduras de bastones, donde animales como teros, mulitas o ciervos se convertían en protagonistas metálicos.Mis obras, forjadas en plata 925 y oro de 18 quilates, no solo habitan en colecciones privadas, sino que también forman parte del patrimonio del Museo Nacional de Arte Decorativo de Buenos Aires. Cada pieza nace de un proceso meticuloso: primero, estudiar las proporciones y movimientos del animal elegido; luego, modelar sus partes por separado —patas, cabeza, tronco— y finalmente unirlas mediante soldaduras invisibles, como si el metal respirara. Esta técnica, que combina precisión técnica y sensibilidad artística, me llevó a exponer en espacios emblemáticos como el Palais de Glace, el Museo Histórico del Norte en Salta y hasta en Miami, donde el arte argentino dialogó con coleccionistas internacionales.En 2002, decidí abrir las puertas de mi taller para enseñar este oficio, no como un mero conjunto de técnicas, sino como un legado cultural. Impartí seminarios en Potosí, Bolivia, y en Catamarca, donde colaboré con el Ministerio de Educación para formar a nuevos maestros plateros, asegurando que la tradición no se perdiera en la era industrial. Sin embargo, mi camino dio un giro inesperado al explorar el poder terapéutico del sonido. Inspirado por prácticas ancestrales del Himalaya, comencé a fabricar cuencos tibetanos y gongs usando una aleación de cobre y zinc, forjándolos a martillo con la misma dedicación que mis piezas de platería. Cada golpe, realizado con intención meditativa, no solo moldea el metal, sino que activa vibraciones capaces de inducir estados de calma profunda, una conexión entre el arte manual y la sanación espiritual.Hoy, desde mi taller Buda Orfebre, fusiono dos mundos: el de la platería criolla, arraigada en la identidad gaucha, y el de los instrumentos sonoros, que resonan como puentes hacia lo intangible. Creo que el arte no debe limitarse a lo estético; debe ser un vehículo para transformar, ya sea a través de un sahumador que evoca la Pampa o de un cuenco cuyas ondas acarician el alma. Mi vida, como mis obras, es un testimonio de que las manos, guiadas por pasión y conciencia, pueden convertir el metal en poesía y el sonido en medicina.

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